—No quiero ver la cara de ese cara de pepino —dije mirando hacia el cielo nocturno, buscando algo de consuelo entre las estrellas—. Nunca me trató como una hermana. Sé que no lo somos realmente, pero aún así… debió aceptarme. Como tú lo hiciste, Sila.
Sila me miró en silencio por un momento, luego pasó su mano con ternura por mi cabello rojo, ese color que parecía absorber todo el fuego que me negaba a arder.
—Sabes… estoy un poco asustada por Jhon. Dicen que maneja negocios aún más oscuros que los de nuestro padre. Y con la muerte de mis abuelos… lo dejaron como único heredero. Tiene el poder y el dinero, y eso lo hace peligroso.
—¿Más que nuestro padre? —susurré, tragando saliva mientras el aire se hacía más denso.
Ella asintió con una expresión grave, como si llevara meses reprimiendo esa conversación.
—No sé todo, él nunca me cuenta nada directamente, pero mi novio es su mejor amigo y me ha contado cosas… raras. ¿Sabes algo más perturbador? —bajó la voz—. Está enamorado de una chica desde hace años. Tiene una sola foto vieja de cuando ella era niña. Nunca habla de ella, pero la guarda como un tesoro.
Me pasé la mano por el cabello, sintiendo un escalofrío recorrerme la nuca.
—¿Estás insinuando que tu hermano… es un pedófilo?
—¡No lo es! —negó rápido, pero luego se quedó pensativa—. Pero… si algo tengo claro, es que pobre de esa chica si alguna vez llega a tenerlo de novio. Ese hombre está loco. Más loco que mi Zhaid.
Y justo en ese momento, apareció Zhaid. Alto, con su andar seguro, su barba perfectamente delineada y esa mirada de arrogancia disfrazada de encanto. Se acercó y abrazó a Sila por detrás.
—¿Nos vamos ya, cariño?
Sila sonrió, mirándolo como si su mundo fuera él.
—Amor, saluda a mi hermanita —dijo con dulzura.
Zhaid rodó los ojos y me tendió la mano, como si me estuviera haciendo un favor.
—Soy el futuro dueño de tu hermana. Zhaid Pyuk.
Le lancé una mirada helada, sin moverme.
—No le doy la mano a extraños. Y mi nombre no tiene gracia, tampoco lo tiene tu presentación.
Él se rió, acariciando el cabello de Sila.
—Esta es la famosa recogida por tus padres, ¿no? Mi amigo no tiene gusto. De niña te veías más feita.
Y sin esperar respuesta, se fue hacia el carro, dejándonos ahí.
Sila bajó la mirada y me abrazó rápido, como si pudiera borrar el momento.
—Lo siento hermanita, no le creas nada. Obvio tú no eres la de la foto… —dijo antes de alejarse.
Hora: 5:30 p.m.
El timbre de la universidad sonó marcando el final de la última clase. Katherine, con su mochila al hombro y el rostro visiblemente cansado, salió del aula. Había pasado toda la tarde concentrada en trabajos grupales y tareas atrasadas, luchando por mantenerse despierta después de una larga noche anterior. No porque no hubiera dormido, sino porque sus pensamientos no le habían dado tregua.
Caminó por el pasillo principal del campus, saludando con una leve sonrisa a algunos compañeros, mientras sacaba su celular para revisar la hora. Ya eran las 5:30 p.m. y sabía que tenía poco tiempo para cambiarse antes de empezar su turno como animadora de fiestas infantiles.
Hora: 6:00 p.m.
Katherine llegó a un pequeño centro comercial en el centro de la ciudad, donde se encontraba la sede de "Aventuras de Colores", la empresa de entretenimiento donde trabajaba. Entró rápido al camerino, se colocó el colorido disfraz de payasa con peluca roja, maquillaje sencillo y un par de zapatillas grandes que le sacaban sonrisas a los niños.
Durante las siguientes tres horas, cantó, bailó, hizo figuras con globos, y pintó caritas en una fiesta infantil de cumpleaños. A pesar del agotamiento físico, su sonrisa se mantenía firme. Era su forma de escapar, su válvula de escape. El sonido de las risas de los niños le daba un breve consuelo. Terminó su presentación a las 9:00 p.m. y se dirigió a cambiarse rápidamente.
Hora: 9:30 p.m.
Al salir del centro comercial, recibió su paga por la jornada. Guardó el dinero en un sobre y se dirigió a pie hacia una zona popular de la ciudad. Caminó por calles estrechas durante 20 minutos hasta llegar a una casa humilde con luces tenues.
—Hola, ¿hay alguien en casa? —preguntó tocando la puerta.
Una mujer mayor, con una bata sencilla y expresión amable, abrió y sonrió al verla.
—Hola, niña. Pasa, pero disculpa, solo tenemos agua para ofrecerte.
Katherine negó con una sonrisa.
—No se preocupe, señora. Vine a dejarles esto —sacó el sobre—. No es mucho, pero ayudará en algo.
En ese momento, Sebastián, el joven estudiante al que ayudaba, entró cargando unas bolsas de mercado.
—Hola, señorita —saludó con una sonrisa cálida.
—Hola, vine a saludarlos. Veo que trajiste mercado —dijo mientras observaba cómo se lo entregaba a su madre.
Sebastián se acercó y se sentó en el suelo junto a ella.
—Mi mamá ya no puede trabajar. Tiene problemas con su memoria. Yo he faltado varias veces a clase por cuidar de mis hermanos, y no quiero perder la beca —dijo en voz baja, visiblemente frustrado.
Katherine lo miró con ternura, recordando sus propios esfuerzos por sobrevivir en casa de Mathew.
—¿Recuerdas lo que hablamos del local de comida?
—Sí, pero no tengo el dinero. Es un sueño lejano.
—Yo sí —respondió decidida—. Mañana te traigo el dinero. Empezaremos con lo que podamos.
Sebastián intentó rechazarlo, pero ella ya se había puesto de pie.
—Es una decisión tomada —dijo con una sonrisa antes de despedirse.
Hora: 11:55 p.m.
Tras caminar 25 minutos, Katherine llegó a su casa. Un suspiro largo escapó de sus labios mientras miraba el reloj: 12:00 a.m. exactos. Sabía que entrar a esa hora significaba problemas, pero ya no tenía otra opción.
Abrió la puerta principal con cuidado, pero apenas cruzó el umbral, se encontró con la mirada fría y oscura de Jhon. Estaba apoyado contra la pared, observándola como si hubiera estado esperándola.
—¿Quién eres? —preguntó Katherine, retrocediendo instintivamente.
Él se acercó, la arrinconó contra la puerta y levantó su brazo, sujetándola con fuerza.
—¿Dónde estabas? —preguntó con voz ronca y seca.
—¿Quién eres tú? —volvió a preguntar ella, tragando saliva.
—Tu amo —susurró al oído antes de besarle el cuello.
En ese momento, Sila apareció en pijama, bostezando.
—¡Sila! —gritó Katherine con desesperación.
—¡Jhon! ¿Qué le haces a mi hermana?
Jhon soltó a Katherine, lamiéndose los labios.
—Hasta ahora llega. ¿Crees que esta es buena hora para volver?
Katherine corrió al baño principal, cerró la puerta tras de sí y se dejó caer. Temblaba. No entendía lo que acababa de pasar.
¿Qué carajo fue eso...? —susurró, abrazando sus piernas.
Sila regresó a su cuarto indignada.
—¡¿Qué le hiciste?! Mira cómo se fue.
Jhon solo sonrió.
—Mi Katherine... eres un encanto.
Hora: 12:15 a.m.
Katherine salió del baño y caminó hacia la habitación de sus padres adoptivos. Tocó la puerta con delicadeza.
—¿Puedo pasar?
—pasa, mi niña —respondió Mery.
Al entrar, Mery la miró con preocupación.
—¿Por qué llegaste tan tarde? Te dije que no te expusieras.
—Yo... —intentó explicar Katherine, pero la voz de Mathew interrumpió bruscamente.
—No hay excusas —dijo dejando unos papeles sobre la mesa—. Eres una carga. Al menos respeta las malditas normas.
Mery lo miró molesta.
—No le hables así. Es nuestra hija. La criamos desde pequeña.
—¡Lo siento! —dijo Katherine entre lágrimas.
Pero Mathew estalló. Le propinó una bofetada.
—¡Mocosa! Por tu culpa mi esposa me contradice. Eres igual a tus padres biológicos.
Mery, furiosa, lo empujó y le dio una bofetada.
—¡Respeta a mi hija, Mathew! ¿Cómo puedes insultarla así?
Katherine huyó corriendo a su cuarto.
—Lo hago por su bien —dijo Mathew mientras se sentaba en su escritorio.
—No quiero dormir contigo esta noche. Vete a otro cuarto —sentenció Mery.
Hora: 12:30 a.m.
Katherine subió las escaleras con el alma hecha trizas.
—¿Qué hice para que me odie tanto...? —se preguntaba entre lágrimas.
Entró a su habitación y caminó directo al baño. Pero al abrir la puerta, encontró a Jhon adentro. Intentó salir, pero él cerró la puerta con llave y guardó las llaves en su pantalón.
Él se paró frente al espejo y empezó a quitarse la camisa lentamente, lamiéndose los labios.
—¿Dónde estabas por segunda vez?
Katherine cerró los ojos, temblando.
—No te interesa. Por favor, vete... hermano.
—¡No soy tu maldito hermano! —gritó, agarrándola del brazo y arrastrándola hacia la ducha.
—¿Dónde estabas? —volvió a preguntar, más amenazante.
—Sali... a la casa de una amiga... para una tarea... —respondió entre sollozos.
Jhon se acercó a su cuello, lo mordió y dejó un moretón.
—Eres mía, Katherine. Desde que eras una niña, sabía que debías ser tú...