¿Así terminaré...? ¿Así, sin siquiera pelear por mi vida?
El aire me quemaba los pulmones. Entonces, de golpe, un espasmo me sacudió el pecho. Me incorporé de la cama en un sobresalto, pero mis piernas no respondieron bien: caí de bruces al suelo, mis dos palmas amortiguando el impacto.
Un ardor agudo, como si me hubieran encendido fuego en la piel, me hizo gritar.
—¡Mierda! —gemí, sintiendo cómo la palma derecha me latía con intensidad.
Cuando miré mi mano, un corte me cruzaba la piel, enrojecida, abierta. La sangre aún no se había coagulado del todo.
Fue entonces cuando escuché pasos al otro lado de la puerta. Unos golpes leves, y una voz que sonó casi incómoda.
—¿Señorita...? ¿Está bien?
Solté una carcajada rota, cargada de rabia. Me senté en el suelo, el dolor mezclándose con la humillación, y respondí a gritos:
—¡¿Cómo carajos voy a estar bien, pedazo de idiota?!
Pasé los dedos temblorosos sobre la herida, maldiciendo a Jhon, a su existencia, a todo lo que representaba. ¿Cómo hab