Apoyo la cabeza sobre mis manos, cerrando los ojos con fuerza, como si pudiera borrar su rostro de mi mente, como si eso fuera suficiente para dejar de sentir el sabor metálico de la sangre, su risa, su asco, su voz.
—Lo odio con mi alma, Sila —susurro, y mi voz tiembla mientras intento incorporarme—. Necesito ver al señor Mathew. Necesito hacer algo.
Sila se apresura a detenerme, tomándome con firmeza de los hombros.
—¿Estás loca? Si uno de los hombres que vigilan afuera le dice a mi hermano, él vendrá por ti. Y esta vez... no te dejará viva.
Hace una pausa y me sonríe con ternura, como si pudiera protegerme con su afecto.
—Papá está bien. Ayer lo operaron de emergencia... pero aún no despierta por la anestesia.
En ese instante, la puerta se abre. Mamá entra con una sonrisa que apenas le cabe en el rostro, aunque sus ojos lucen cansados, como si llevaran semanas sin dormir.
Mery:
—Mis princesas… —susurra mientras se acerca a nosotras y nos envuelve en un abrazo cálido. Pasa sus manos