Casi media hora después de que Sebastián se fue, yo seguía sentada en el carro, con las manos en el volante, mirando al frente sin ver nada. Sentía el peso de todo lo vivido en el pecho, como si el aire no bastara. Las clases ya habían empezado, de hecho, probablemente ya había perdido la primera hora… o tal vez más. No me importaba. Todavía quedaban otras horas, y mi mente no estaba en condiciones de prestar atención a ningún profesor.
Finalmente, después de suspirar hondo y soltar una carcajada amarga, arranqué el auto y conduje hacia la universidad. Al llegar, estacioné con desgano, bajé del vehículo y estiré los brazos, como si acabara de salir de una jaula invisible.
—Este imbécil va a joderme por toda la vida —murmuré, cerrando la puerta con un golpe seco.
Miré hacia el cielo, tratando de encontrar algo de calma entre las nubes.
—Bueno, vamos hoy con toda, niña bonita —me dije a mí misma, forzando una sonrisa antes de avanzar hacia el campus.
Pero entonces, un ruido fuerte me hizo frenar en seco. Provenía de la zona donde usualmente estacionan los profesores. Giré la cabeza. Un golpe, seguido de gritos. Mi corazón dio un vuelco.
—¡¿Crees que no sé que tienes algo con tu hermano?! —vociferó una voz masculina cargada de ira.
Me acerqué sigilosamente, oculta entre los arbustos y los carros. Mi sangre se congeló cuando vi a Zhaid empujando a mi hermana, Sila, contra la parte trasera de un automóvil estacionado. Sus movimientos eran violentos. Su mirada, fuera de control.
No lo pensé. Corrí hacia ellos y, sin contenerme, empujé a Zhaid con fuerza. Su cuerpo tambaleó hacia atrás y cayó de lado sobre el capó del auto.
—¿¡Qué diablos haces!? —grité, sujetando a Sila con un brazo, protegiéndola—. ¿Qué pasó, Sila?
Zhaid se levantó lentamente, riendo con una mueca grotesca en el rostro. Tenía una herida leve en la ceja, pero no parecía sentir dolor.
—Esta maldita arrimada... ¿Y tú qué haces aquí? —escupió con desprecio.
Sila apoyó su rostro en mi hombro, su cuerpo temblando como una hoja.
—Ayúdame...
Pasé una mano por su cabello con ternura, tratando de calmarla.
—Tranquila, estoy acá para ayudarte —susurré. Luego me alejé un paso, poniéndome entre ella y ese monstruo—. Si tienes tantos huevos para golpear a una mujer, ¿por qué no lo intentas conmigo?
Zhaid me miró con desprecio. Sus labios se curvaron en una sonrisa oscura.
—Espero que la escondas muy bien de mí, Sila, porque esto se acabó. —Se acercó un poco más, con las manos en los bolsillos—. Te mataría acá mismo, pero tienes a esta niñita detrás. No quiero que se llene de la sangre de una mujer como tú.
Lo tomé de la camisa, clavando los ojos en los suyos.
—Hazlo y verás. ¿No sabes quién es nuestro padre? —lo empujé con fuerza—. ¿Te crees muy valiente para atacar a alguien más débil? Cobarde.
Él se quedó en silencio unos segundos, midiendo mis palabras. Luego escupió a un lado y murmuró:
—No voy a desperdiciar más palabras con una zorra como tú.
Se alejó con pasos firmes. Su presencia se disolvió como una pesadilla al amanecer.
Sila se derrumbó en el suelo, entre sollozos.
—Todo es mi culpa...
Me agaché junto a ella, negando con la cabeza.
—Levántate, Sila, por favor...
Ella me abrazó fuerte, como una niña asustada.
—Yo lo amo mucho, hermana, pero cada día me va lastimando más y más... —apoyó su rostro en mi cuello, su voz quebrada—. Lo conozco desde que éramos pequeños y siempre lo amé, pero él no cree en mi amor.
La tomé por los hombros, obligándola a mirarme.
—Él no te conviene, Sila. Eres demasiado hermosa como para dejar que alguien así te destruya. Dudo que no puedas encontrar a alguien que te quiera de verdad, con respeto.
Sila negó con la cabeza y sostuvo mis manos con fuerza.
—Lo quiero a él. Sé que va a cambiar. Por favor, no digas nada a nuestro padre ni a Jhon. Ellos son capaces de matarlo.
La miré con impotencia.
—Sila, si él te hace algo más... —pasé mi mano por su cabello—. Es malo. Si de verdad te quisiera, no te lastimaría tanto. Mírate, Sila. Has cambiado. Ya no sonríes, te vistes diferente, incluso vas a la misma iglesia que él solo para agradarle.
Ella apretó mi mano con más fuerza.
—Hermanita, él va a cambiar. Lo sé. Yo cambié por él, y sé que él hará lo mismo. Me ama con todo su corazón...
Suspiré profundo, cerrando los ojos un momento.
—No lo sé, hermana —dije, alzando su mirada con la mía—. ¿De verdad quieres esto? Porque si es así, no haré nada para detenerte.
Sila me abrazó, susurrando apenas:
—Gracias...
Cuatro horas después…
—Bueno chicos, ya hemos terminado la clase. Nos vemos mañana —dijo la profesora con tono cansado, cerrando el libro y saliendo del salón.
Tomé mi bolso y miré el reloj.
—Vaya, es temprano aún —dije con desgano, saliendo del aula.
Apenas crucé el umbral, sentí que alguien jalaba mi bolso con fuerza. Mi corazón se detuvo por un segundo, y mis reflejos actuaron por instinto.
—¡Maldito ladrón! —grité, cerrando los ojos con miedo.
—¡Ey, tranquila! —respondió una voz familiar, entre risas.
Abrí los ojos de golpe. Sebastián estaba ahí, riendo como un idiota, sujetando mi bolso.
—¡Tú, niño sin oficio! —exclamé, golpeando su brazo—. ¡No vuelvas a hacer eso! ¡Casi me matas del susto!
Él pasó una mano por su cabello, aún sonriendo.
—No te enojes, mi señorita. Solo estaba jugando —tomó mi bolso con gentileza—. Yo te ayudo con esto, pero no te pongas brava.
Asentí, caminando junto a él.
—Sebastián... me sorprende tu visita. ¿No tienes cosas que hacer?
Él se encogió de hombros, metiendo las manos en los bolsillos, aunque sin soltar mi bolso.
—Ya compré todo para abrir nuestro puesto de comida. —Sonrió, mordiéndose el labio inferior—. Se suponía que era una sorpresa para ti, señorita.
Me detuve, lo señalé con un dedo y grité:
—¡Ahhh! ¡No lo puedo creer! —Reí emocionada—. ¡Es la mejor noticia que he recibido en mi vida! ¡Vamos a comenzar un negocio pequeño y solos...!
Sebastián rió también, divertido.
—¡Basta! Me vas a hacer reír más —dijo, tomando mi mano con suavidad—. Gracias, señorita. Gracias a ti, todo ha sido posible. Desde que llegaste a mi vida, todo ha sido más fácil... aunque siga siendo difícil.
Le guiñé un ojo.
—¿Me estás coqueteando? —pregunté, empujándolo con humor—. ¡Qué socio tan malo! Me coquetea para sacarme del negocio...
Pero justo al alzar la mirada, vi algo que me hizo congelarme. Mi hermano Jhon estaba afuera de la universidad… hablando con Zhaid.
Me escondí de inmediato tras un árbol cercano, jalando a Sebastián conmigo.
—Quédate quieto, Sebastián —susurré, agachándome.
—Qué pasa, señorita? —preguntó él, siguiendo mi gesto.
Tomé su rostro y lo giré sutilmente hacia donde estaban los otros dos.
—¿Ves ese chico alto que parece loco? Bueno, ese es mi hermano. Mi enemigo. Nunca te acerques a él si quieres tener libertad, ¿entendido?
—Sí, mi señorita —asintió él, justo antes de estornudar.
—¡Mierda! —murmuré al ver a Jhon girarse hacia nosotros. Empujé a Sebastián—. ¡Vete ahora! ¡Corre!
Él no lo dudó y se perdió entre la multitud de estudiantes. Yo solté un largo suspiro de alivio.
—Gracias a Dios...
Pero entonces escuché una voz tras de mí.
—¿Tú qué haces ahí?
Subí la mirada. Jhon estaba a pocos pasos, mirándome con los brazos cruzados.
—Pues... se me cayó un lapicero. Estaba buscándolo —respondí con torpeza, pasándome la mano por el cabello.
—Yo puedo estar donde quiera, ¿okey? —dijo con frialdad, acercándose más—. ¿Estabas con alguien?
Negué con brusquedad, levantándome.
—¿Eres idiota? ¿Ves a alguien más aquí?
Jhon me sujetó por la cintura con fuerza.
—Si hubiera visto a alguien más a tu lado, créeme que no lo dejaría pasar. No quieres verme enojado...
Su mirada era una amenaza, pero yo ya no era la misma.
Y en ese momento, lo supe: la guerra no había terminado. Solo estaba empezando.