Muerdo mi labio suavemente, tragando saliva. Mis pasos se vuelven más lentos a medida que me acerco al lugar. Al llegar, una mezcla de luces tenues y sombras pesadas cubre el ambiente. Hay demasiada gente, demasiados ojos, demasiadas manos empuñando armas o sosteniendo copas. El humo del tabaco flota en el aire, mezclado con el olor fuerte del alcohol y del sudor. Miro con atención a mi alrededor. Veo a muchos hombres tomando trago, algunos riendo, otros negociando. Las paredes están tapizadas de cuadros oscuros, estatuas extrañas y vitrinas con armas.
Lo que más me impacta es lo que hay entre ellos: mujeres con collares, como si fueran propiedad de alguien. Algunos hombres también llevan collares similares. Sus ojos vacíos lo dicen todo. Están siendo usados, manipulados, destruidos por dentro.
Mis pies se detienen al ver una escena que quiebra lo poco que me queda de esperanza en la humanidad: un hombre corpulento golpea con fuerza brutal a una joven, dejándola tirada en el suelo. Su