Chad estaba a punto de lanzar el polvo de plata directamente sobre Kaen, sus ojos brillaban de odio, cuando un rugido desgarrador retumbó en el aire.
El sonido fue tan potente que incluso el suelo pareció estremecerse.
—¿Qué demonios…? —masculló Chad, girando la cabeza.
No tuvo tiempo de reaccionar.
Una sombra blanca se abalanzó sobre él con la furia de una tormenta. El golpe de la loba lo derribó de inmediato, arrastrándolo al mismo pozo que él mismo había cavado.
Chad soltó un grito al caer, mientras el eco de su cuerpo chocando con la tierra resonaba en el fondo.
Kaen, jadeante, abrió los ojos en medio de su agonía. Vio el cuerpo del enemigo desplomarse junto a él, y entonces, desde lo alto, apareció una cuerda recubierta que descendió con rapidez.
—¡Kaen, vamos! —la voz de Isabella tronó a través del enlace mental.
Kaen apenas podía mover los brazos, pero al ver a la loba blanca asomada desde arriba, con los ojos ardiendo de determinación, encontró la chispa de fuerza que le quedab