Kaen cayó de espaldas con un golpe seco, y el impacto arrastró consigo a Isabella, que terminó sobre su pecho.
El aire escapó de los pulmones de ambos en un mismo jadeo.
—¡Kaen! —gritó ella, con un hilo de voz quebrada por el susto.
Se levantó de inmediato, tambaleándose, mientras él también intentaba incorporarse.
—Estoy bien, tranquila —murmuró con firmeza, aunque la tensión en su voz lo delataba—. Esto es una trampa… pero vamos a salir. Estoy contigo.
Isabella respiró profundo, obligando a su corazón a calmarse. Pero justo entonces, Kaen soltó un gruñido ahogado y cayó de rodillas.
—¡Hay… polvo de plata! —rugió, con un gemido de dolor.
El terror recorrió la espalda de Isabella como una descarga eléctrica. Dio un paso atrás instintivo, negándose a creerlo.
—No… —susurró, aunque sus ojos lo veían todo con claridad, ella seguía en su papel fingiendo que no.
Kaen se desplomó en el suelo, con gotas de sudor, recorriéndole la piel, que ya comenzaba a arder con un brillo rojizo.
El polvo d