Kaen salió del cuarto de baño aun con el vapor pegado a su piel. No lo pensó dos veces.
Apenas vio a Chad con las manos sobre Isabella, algo en él estalló como un rugido contenido.
Con una furia que parecía brotar de lo más profundo de su ser, se lanzó sobre su enemigo.
Su puño impactó contra el rostro de Chad con una brutalidad que hizo resonar las paredes.
El hombre apenas tuvo tiempo de gemir antes de recibir otro golpe directo en el abdomen que lo hizo doblarse de dolor.
Isabella, aun en el suelo, intentaba recuperar el aliento. Sus manos temblaban, sus labios entreabiertos buscaban oxígeno, pero sus ojos —ocultos tras la farsa de su ceguera— ardían de rabia y de miedo contenido.
Chad gritaba, su voz sonaba más como un animal herido que como un hombre.
La puerta se abrió de golpe.
Dante apareció acompañado de dos guardias y, justo detrás de él, Claire, con los ojos desorbitados.
—¡Basta ya! —bramó Dante, con esa voz grave que parecía arrastrar un eco de autoridad podrida—. Maldito