La noche era densa como un suspiro contenido. Afuera, los árboles susurraban secretos que el viento no se atrevía a callar. Dentro de la habitación, ella se revolvía entre las sábanas, su cuerpo inmóvil pero su mente envuelta en fuego.
Otra vez.
Otra vida.
Otro recuerdo.
Se vio de pie en una terraza de piedra cubierta de enredaderas. Sus ropas eran distintas: una túnica larga, blanca como la luna, y sus manos manchadas de tierra. El aroma de hierbas medicinales llenaba el aire. Frente a ella, un hombre. No era Kael, pero tampoco era un completo extraño. Tenía el cabello oscuro, los ojos tan intensos que casi dolían de mirar.
—¿Por qué insistes? —preguntó su yo del pasado, cansada—. Ya te he dicho que no puede ser.
—Porque no me importa lo que digas —respondió el hombre, con una sonrisa desquiciada—. Te encontré en esta vida, igual que en todas las anteriores. Siempre huyes, siempre corres… pero yo siempre te alcanzo.
Su yo del pasado retrocedió un paso.
—Esto no es amor. Esto es o