Jayden Hendrix es el rey de los hombres lobo. Frío. Letal. Prohibidamente atractivo. Durante años ha protegido a Asterin, la hija de un hombre lobo de alto rango, y la única loba que ha deseado con una obsesión que lo consume. Ella ha crecido en su castillo, entre entrenamientos, lunas llenas… y caricias contenidas. Jayden la vio convertirse en mujer. Una mujer que despierta sus instintos más oscuros. Pero hay una regla que no puede romper: no puede reclamarla hasta que complete su transformación. Hasta entonces, deberá resistir. Aunque cada mirada, cada roce, cada aroma de su piel lo empuje al borde del colapso. Con los cazadores acercándose y la guerra amenazando al reino de Enderdol, la línea entre deber y deseo se vuelve más delgada. Y cuando la luna los cubra… nadie podrá detener lo que siempre ha sido inevitable. Él la ha deseado en silencio. Ella está lista para arder con él. ¿Quién podrá frenar al lobo cuando su alma gemela se ofrezca por voluntad propia?
Leer másJayden Hendrix:
Cuando pasas demasiado tiempo solo, empiezas a anhelar encontrar a esa persona especial.
Esa que, en lo más profundo de ti, sabes que está destinada a cruzarse en tu camino… aunque aún no tenga el privilegio de conocerte.Mí luna, sin duda, quedará deslumbrada. Sin aliento. Porque frente a ella tendrá al hombre más impresionante que jamás haya pisado esta tierra.
Ella tendrá tierras, castillos, vestidos bordados con hilos de oro, y un ejército que arderá si desobedece su voluntad. Pero, sobre todo, tendrá al mayor tesoro de mi reino:
A mí
Lo sé. Es afortunada.
Me examino con meticulosidad frente al espejo, cuidando que cada detalle de mi atuendo sea impecable. El traje negro de gala cae con precisión sobre mi cuerpo atlético. Mis ojos recorren cada línea, asegurándome de no haya imperfecciones que puedan arruinar mi apariencia. Y el cabello rojizo como el fuego, enmarca mi rostro de piel clara, resaltando mis ojos azules.
Con sumo cuidado, coloco mi corona de rubíes sobre la cabeza. Cada joya brilla intensamente, añadiendo un toque de extravagues a mi atuendo.
Estoy listo para enfrentar las quejas diarias, que son una constante en la vida de un monarca. Siempre es lo mismo; suplicas, demandas, problemas que parecen no tener fin. Pero, a pesé a todo, un rey debe vestirse con dignidad, no solo para mí, sino para mantener la imagen de poder que mi manada espera. Sin embargo, debo admitir que son un verdadero dolor de cabeza; sus problemas mundanos siempre parecen ocupar más tiempo del que me gustaría.
Al abandonar mis aposentos, recorro los pasillos de mi magnifico castillo, una obra que yo mismo diseñe con atención meticulosa a cada detalla. Las paredes están adornadas con detalles en oro, y tapices que narran la historia del linaje Hendrix por cientos de generaciones.
Cada escultura, detalles en las paredes, y pinturas exuberantes, gritan lujo como antigüedad, dándole un toque único a mi humilde hogar.
El eco de mis pasos resuena en el mármol pulido, mientras me acerco al comedor principal. La vista del candelabro de diamantes que cuelga del techo me irrita. Antaño lo consideré una joya, pero ahora su presencia me parece anticuada. Debo recordar ordenar que lo reemplacen por algo más moderno, algo que se ajuste a la imagen que quiero proyectar.
Me siento a la cabecera de la larga mesa de roble oscuro, esperando con ansias mi comida favorita: la carne. Solo imaginar su textura jugosa me hace estremecer. Y mi lobo interior, gruñe, por esperar demasiado tiempo el exquisito platillo.
Salgo muy pronto de mi alucinación cuando huelo el platillo acercarse. La comida es servida con esmero por mis sirvientes, quienes me observan con la absurda esperanza de una aprobación que no pienso conceder.
Tomo los cubiertos con precisión, como si cada movimiento fuese parte de un ritual. Cada bocado es un deleite, una explosión de sabor que confirma, una vez más, que nadie en este reino puede servirme algo menos que perfecto. La carne, en su punto exacto de cocción, se desliza sobre mi lengua como una promesa cumplida. Me permito saborear con calma, dominando el tiempo a mi antojo. Al terminar, limpio mis labios con una servilleta de lino, me levanto y me dispongo a encarar las obligaciones del día.
Me dirijo a la sala del trono, el lugar donde escucharé las quejas y peticiones de mi manada. El camino está envuelto en un silencio sepulcral, roto únicamente por el eco de mis pasos. Sé que lo que me espera será tedioso, pero es parte del deber de un rey. Al entrar en la sala, mi trono me recibe, imponente y majestuoso. Me siento en él. Llamo a una sirvienta para que coloque una mesita a mi lado, para organizar los papeles del día.
La joven se apresura a cumplir mi orden, y ahí está: el rubor en sus mejillas, el temblor sutil en sus manos. Como si yo no me diera cuenta. Patética. Una sirvienta no debería mostrar tales emociones, al menos no en mi presencia.
—¿Te tiemblan las manos o es que tienes frío? —pregunto sin mirarla directamente, hojeando los papeles con desdén.
—No, mi señor —susurra—. Solo… estoy honrada de estar tan cerca de usted.
Alzo una ceja. Vaya.
—¿Honrada? —repito, dejando el papel de lado, al fin mirándola. Sus ojos bajan de inmediato, como deben hacerlo. Pero hay algo más.
Se queda allí, de pie, un segundo más de lo necesario.
—Eso será todo. Puedes retirarte —digo, frío. Implacable.
Pero no se mueve. O no lo hace con la rapidez que espero.
Yo no tolero la insolencia, y mucho menos la estupidez. Estoy a punto de repetir mi orden, cuando su voz se atreve a rozar el aire de la sala con una frase que no debería haber salido jamás de su boca:
—Dicen que el trono no es lo único grande que tiene, mi señor…
La sonrisa arrogante se borra de mis labios.
El silencio se vuelve insoportable. Incluso los guardias parecen contener el aliento.
Mis dedos se detienen sobre el pergamino, mis ojos se alzan lentamente hacia ella. Ya no hay rastro de nerviosismo en su rostro, solo una expresión mezcla de desafío y deseo. Una sonrisa casi imperceptible se dibuja en sus labios, como si creyera que me halaga.
Mi mandíbula se tensa.
—¿Qué dijiste? —repito, con un tono bajo, mortal, mientras la furia comienza a hervirme en la sangre.
Ella retrocede, como si apenas entonces comprendiera la magnitud de su error.
Demasiado tarde.
Mis dedos se cierran con lentitud sobre el borde de la mesa. El aire pesa.
—Guardias… —mi voz es un susurro afilado—. Llévenla…
Los soldados se acercan con rapidez. La toman del brazo. Ella intenta resistirse, pero su fuerza es insignificante. Empieza a suplicar, su voz se quiebra. Llora, balbucea excusas, implora por misericordia.
Nada de eso me conmueve. La compasión no es un atributo que me sobre.
—Por haber cruzado una línea que jamás debiste imaginar… —me pongo de pie, cada palabra cargada de juicio divino—. Tu castigo será…
—Esperen…
Estación Cuatro. Distrito Doce. Año 1603Jayden Hendrix. Es un día perfecto. La luz suave de la mañana se filtra a través de los ventanales del castillo, inundando los pasillos con una calidez reconfortante. Camino despreocupado, sintiendo el aire fresco de invierno que se cuela por las ventanas. Los aromas de la nieve recién caída y el sonido distante del viento me envuelven, dándome una sensación de paz y libertad.Avanzó hacia el comedor, mis pasos resuenan con eco en las paredes, y al llegar al pasillo de retratos, me detengo ante el cuadro de mi madre. Su melena rojiza y sus ojos verdes parecen cobrar vida bajo la luz, irradiando esa calidez que siempre la caracteriza . A su lado, mi padre la sostiene en un abrazo protector, su cabello oscuro y sus ojos azules contrastando perfectamente con ella. Aunque heredé el cabello rojo de mi madre, sé que mis facciones reflejan los de mi padre; sin embargo, siempre consideré el color de mi cabello como una conexión especial con ella, una
Estación dos, Distrito trece, Año 1705 Asterin kendrick:El camino hacia la taberna estaba iluminado por la luz plateada de la luna llena, que se filtraba entre las ramas de los árboles, pintando el sendero con sombras danzantes. Cada paso que daba resonaba en el aire nocturno, y aunque me sentía libre, con el peso de las reglas que siempre había tenido que seguir finalmente aliviado, también estaba alerta. Sabía que en la manada no todo era seguro. Había personas malas que se deslizaban entre los callejones y sombras. Además el distrito nueve está cerca del bosque, y en Eberdel habitan seres que no dudaban en atacar a quien se les acercara demasiado. Los rumores sobre los peligros del bosque habían sido suficientes para mantenerme dentro de los muros del castillo y la manada durante años, pero esa noche, era diferente. Estaba sola, sin nadie que me vigilara, pero aún así la sensación de ser vulnerable no me dejaba. Cada crujido o movimiento en la oscuridad me hacía tensarme, y no pu
Estación dos, Distrito trece, Año 1705 Asterin kendrick:El abrazo grupal atrae más miradas de las necesarias, pero no me importa. —Yo también los extrañé —digo sinceramente. Jack, como siempre, no pierde la oportunidad de revolverme el cabello, desordenando mi coleta. —¿Y cómo estuvo el campamento de primavera? —preguntó Jack con una sonrisa traviesa mientras seguía desordenando mi coleta. Le di un manotazo suave en la mano, apartándolo mientras intentaba recomponer mi cabello. —Podría resumirlo en tres palabras: agotador, intenso y... aburrido. —Hice un puchero, pero luego me encogí de hombros—. Aunque claro, estar rodeada de guardias todo el tiempo no ayudó mucho. —Bueno, no esperábamos menos si estabas bajo la protección del rey Jayden. —Venus rodó los ojos con fingida exasperación mientras acomodaba una trenza de su cabello oscuro—. ¿Es cierto que casi nadie podía acercarse a ti? —¡Ni siquiera los del campamento! —Zara intervino con un tono exagerado, alzando ambas
Estación dos, Distrito trece, Año 1705 Asterin kendrick:—¡Llegas tarde a la escuela, hija! —grita mi padre mientras golpea frenéticamente la puerta de mi habitación, su voz resonando como un eco por el largo pasillo. —¡Lo sé, espera un poco! —respondo, apresurándome a empacar mis cosas en la mochila. Con movimientos rápidos, deslizo cuadernos y libros dentro, sin preocuparme por el orden. Mientras cierro el cierre, me detengo un segundo frente al espejo para acomodar la corbata azul marino del uniforme. Mi reflejo me devuelve la mirada: cabello dorado desordenado, rostro apresurado. Suspiro, agarro un coletero y recojo mi cabello en una coleta alta. El calor del verano es sofocante, y puedo sentir pequeñas gotas de sudor formándose en mi nuca. Estoy a punto de salir, pero algo me detiene. Giro sobre mis talones y me doy cuenta de un pequeño, pero crucial, detalle. —¡Mis zapatos! —grito, regañándome a mí misma por ser tan despistada. Miro mis pies. Solo llevo las medias b
Estación tres, Distrito Trece, Año 1688Jayden HendrixEl nudo en mi garganta se aprieta mientras las palabras fluyen, llenas de una mezcla de orgullo y vulnerabilidad.— Es tan hermosa como las estrellas, y su nombre le hace justicia. Su cabello es dorado, como los primeros rayos del amanecer.Un leve suspiro se escapa de mis labios mientras una imagen de ella aparece en mi mente: pequeña, frágil, perfecta. —Aunque debo admitir que aún es demasiado corto —agrego con una risa suave—. Porque es una bebé. Mis dedos acarician la superficie de las lápidas, y mi mente se llena de pensamientos sobre el futuro, sobre lo que me espera junto a Asterin. Pero entonces, algo cambia. Un olor extraño, inusual, invade mis fosas nasales. Mi cuerpo se tensa de inmediato, y el lobo dentro de mí ruge en alerta. Humano. Frunzo el ceño y me pongo de pie en un movimiento fluido, mis ojos buscando entre las sombras. Lo veo. Una figura encapuchada se mueve entre los árboles. El brillo de la luna ilum
Estación tres, Distrito Trece, Año 1688Jayden HendrixEl aire nocturno acaricia mi piel con una frialdad que no me molesta, sino que me calma. Una sensación peculiar, como si esa brisa helada buscara reconfortarme en lugar de hacerme temblar. Cada paso que doy resuena en la inmensa soledad del cementerio, un eco profundo que acompaña mi caminar. No necesito luces para guiarme; la luna llena, grande y brillante, cuelga majestuosa en el Moo cielo despejado, iluminando mi camino y proyectando sombras alargadas entre las lápidas. Las estrellas, aunque presentes, parecen haber decidido permanecer en silencio, respetando el duelo que llevo conmigo esta noche.Mis patas, grandes y firmes, se detienen frente a dos lápidas idénticas. Me mantengo quieto, respirando profundamente mientras mis ojos recorren el mármol blanco que refleja la luz lunar con un brillo casi etéreo. Los nombres grabados allí son imborrables tanto en la piedra como en mi memoria: Bastian Hendrix y Elizabeth Hendrix. Mis
Último capítulo