El mundo se desdibujaba a su alrededor, como si el tiempo se quebrara en pequeños cristales que giraban a su alrededor. Elira no sabía cuándo había cerrado los ojos, pero al abrirlos, ya no estaba en su habitación ni sentía el calor de los brazos que la protegían mientras dormía.
Estaba en otro lugar. En otro tiempo.
Vestía de blanco, con hilos de oro tejiendo los bordes de una túnica antigua. La brisa olía a incienso y fuego. Frente a ella, un palacio se alzaba como una sombra de algo que alguna vez amó y temió por igual.
—Mi lady… —una voz masculina se alzó a su derecha—. Han vuelto los rumores… dicen que él ha cruzado los límites del bosque prohibido. Que lo hace por ti.
Elira—o la mujer que alguna vez fue ella—giró lentamente. Aquel rostro… sí, era él. Kael. No como lo conocía ahora, sino vestido de guerrero, con los ojos cubiertos de dolor y lealtad.
Ella respiró hondo. No entendía todo, pero sabía que su alma recordaba. Esta escena ya la había vivido… o soñado.
—Ya es tarde. No