El Gran Salón del Consejo Nocturno era una catedral de sombras. Columnas de mármol negro se elevaban hacia un techo abovedado donde frescos antiguos narraban la historia de los primeros vampiros. Candelabros de hierro forjado sostenían velas rojas cuya luz danzaba sobre los rostros pálidos de los asistentes, creando la ilusión de que todos llevaban máscaras de sangre.
Adriana se sentía como una intrusa. Su corazón latía —demasiado vivo, demasiado humano— entre aquellos seres que apenas necesitaban respirar. Vestida con un traje negro que Lucien había elegido personalmente para ella, intentaba mantener la compostura mientras los representantes de los siete clanes principales tomaban asiento en sus tronos ancestrales.
El clan Moretti había convocado este consejo extraordinario. La desaparición de Julián, uno de sus miembros más jóvenes y prom