El amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación cuando Adriana abrió los ojos. Su cuerpo aún dolía por la emboscada de la noche anterior, pero las heridas físicas habían comenzado a sanar con sorprendente rapidez. Lo que persistía era el eco de las palabras que había escuchado antes de perder el conocimiento, fragmentos de una conversación entre Lucien y Elías que ahora revoloteaban en su mente como mariposas negras.
Se incorporó lentamente, sintiendo cada músculo protestar. La habitación —una de las muchas en la propiedad secundaria de Lucien— estaba decorada con sobriedad elegante. Adriana pasó los dedos por las sábanas de seda negra, preguntándose cuántas amantes habrían dormido allí antes que ella.
La puerta se abrió sin previo aviso. Lucien entró con una copa de cristal llena de un l&