El espejo no mentía. Adriana se inclinó hacia adelante, estudiando su reflejo con una mezcla de fascinación y horror. Sus ojos, antes de un marrón cálido, ahora tenían destellos rojizos que aparecían cuando la luz incidía en cierto ángulo. Sus colmillos, siempre más pequeños que los de un vampiro puro, habían crecido sutilmente. Pero lo más perturbador era su piel: más pálida, casi translúcida, con las venas azuladas visibles bajo la superficie como ríos subterráneos.
—¿Qué me está pasando? —susurró, tocando su rostro con dedos temblorosos.
El pacto de sangre. Tenía que ser eso. Desde que había bebido la sangre de Lucien, algo en ella estaba cambiando. No solo físicamente. Sus emociones oscilaban como un péndulo descontrolado: momentos de euforia seguidos por una m