El vino tinto brillaba como sangre fresca bajo la luz de las velas. Lucien Draeven lo hizo girar en la copa de cristal tallado, observando cómo el líquido formaba un remolino hipnótico antes de llevárselo a los labios. El sabor era exquisito, como todo lo que poseía. Había seleccionado personalmente esta botella de su bodega privada —un Château Margaux de 1787— no porque necesitara impresionar a su invitada, sino porque las ocasiones especiales merecían ser celebradas con la debida ceremonia.Y esta noche era, sin duda, una ocasión especial.Desde el ventanal de su estudio, contemplaba los jardines de su mansión victoriana en las afueras de la ciudad. La propiedad, aislada por hectáreas de bosque privado, era uno de sus muchos refugios alrededor del mundo. Este, sin embargo, tenía un encanto particular: estaba lo suficientemente cerca del territorio Veyra como para ser una provocación constante, pero lo bastante lejos como para mantener las apariencias diplomáticas.Sonrió para sí mis
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