El calor no venía del fuego.
Rhea lo supo cuando abrió los ojos en plena madrugada, su respiración acelerada, la espalda arqueada sobre las pieles, la marca latiendo con un ritmo propio. Era hambre. No por comida. No por descanso. Era hambre de él.
Cada palabra que Kael había pronunciado aún vibraba en su pecho, pero fue la última —“Entonces arderé contigo”— la que desató el vendaval. El vínculo entre ambos no era ya una cuerda invisible, era una llama viva que les respiraba entre los huesos.La marca brillaba con un resplandor rojo tenue, como si respondiera a un susurro que solo ella podía oír. Pero no estaba sola. Lo sentía. El vínculo con Kael vibraba bajo su pie