El aire fuera de Athrek-harn estaba cargado de una quietud densa. No era paz. Era la calma entre dos pulsos de cataclismo. Las ruinas ardían en la distancia, no con fuego, sino con los recuerdos que Rhea ahora llevaba tatuados en la espalda, cada runa una historia, cada espiral un eco de lo que fue.
Kael no hablaba. La había ayudado a caminar en silencio, con el brazo firme bajo sus hombros, como si temiera que el peso de lo vivido pudiera derrumbarla en cualquier momento. Pero Rhea caminaba. No como antes, cuando cada paso era incertidumbre. Ahora cada pisada era una afirmación.
Y sin embargo, algo había cambiado en su interior, más profundo que cualquier runa. El fuego que antes la empujaba con furia, ahora murmuraba con voz humana. Ya no era un arma, ni un don que debía contener. Era parte de su alma.
El recuerdo de T