Katerine William llegó a La perla por hambre de libertad. Sin embargo, nada resulta como esperaba. Los pueblerinos la mantienen a raya por ser extranjera, su jefe la acosa verbalmente por el mismo motivo. Los únicos que no la señalan son los nativos que allí residen, son respetuosos y exigen reciprocidad. Para ellos las leyendas y canciones son sus leyes, por lo que de inmediato advierten a Katerine. La fría es una montaña cubierta de escarcha, es celosa con los suyos y tiene un guardián que camina en dos piernas. Y aunque Katerine al principio reniegue de esos cuentos, pronto descubre cuanta verdad guardan.
Leer másFue en un día de invierno con el que soñé,
Impoluto e indómito era lo que me rodeaba,
Era hermoso, tan hermoso,
Y sus ojos estaban allí
Gélidos e implacables
Fue extraño para mí, que sin saber lo que era el invierno,
Comprendí que podía quemar.
—Lenimar T.
¿Dónde está el maldito sol?, pensaba Katerine, sus dientes castañeaban. Tenía la piel endurecida por el frío malvado que estaba empeñado en sacudir sus huesos.
Había llegado a ese lugar por pura casualidad, estaba rodeado de montañas, pero había una que sobresalía entre las demás, una que la hacía sentir la cosa más insignificante del planeta.
“La Perla”, se podía leer en el cartel de bienvenida, un nombre extraño para un lugar con montañas cubiertas por nieve y escarcha. Ese nombre seducía a su mente a pensar en el mar, la playa, el sol, cosas que parecían no existir en esa carretera árida. El viento era tan crudo y salvaje que parecía burlarse de la piel bronceada de Katerine. Resultaba mordaz, para un extranjero recién llegado al pueblo, lo cual era ella.
Tenía miedo por las dos personas que habían llegado a ella en cuanto su auto se había detenido, eran de la tribu del pueblo, eso le dijeron al encontrarla varada y se ofrecieron a ayudarla. Su auto -una basura andante- la había traicionado apagándose en medio de aquella pesadilla invernal, Katerine había pensado que podría morir allí, sola y abatida por tanta emociones que...Cuando esos dos hombres vestidos con pieles aparecieron en su rescate, ella no pudo discrepar. Estaba demasiado aterrada con la idea de pasar la noche en medio de la carretera donde el viento parecía tener voz propia.
Aquellos hombres tenían ojos rasgados, iban cubiertos por telas y pieles gruesas que pusieron incomoda a Katerine, pero fueron amables al guiarla pacientemente hasta su tribu, donde fue recibida por una multitud curiosa.
“La tribu” estaba ubicada en un área cerca del río congelado, era un lugar repleto de pequeñas cabañas con una gran fogata que ardía justo en el centro de estas como si fuera su corazón.
Una de las nativas le convidó abrigos de piel a Katerine, era áspera y pesada, pero no indagó en lo absoluto sobre a qué animal le había pertenecido, no quería ser irrespetuosa, mucho menos cuando esa piel detuvo el choque del viento agresivo contra su delicada piel. Ella agradeció en un susurró esperando que la nativa se alejara cómo habían hecho los otros, para sorpresa de Katerine, la mujer de rostro suave se quedó a su lado tomando entre sus dedos pálidos el cabello largo y ondulado de Katerine, estaba fascinada diciéndole lo bonito que era en un español bastante…forzado.
Desde que había llegado muchos le habían hecho cumplidos, sobre su cabello o su piel, con ese acento extraño, Katerine descubrió que el idioma que ella hablaba no era la lengua común de las personas que la rodeaban.
Un golpeteo rítmico rompió entre el alboroto de los nativos y los hizo callar, Katerine vio que eran tambores y eran tocados casi en sincronía con los latidos de su mísero corazón, eso le puso los vellos de punta. El hombre que tocaba parecía ajeno al frío, llevaba el torso descubierto y pintado, tocaba al lado de una mujer anciana voluptuosa de largo cabello blanco trenzado.
Katerine la encontró hermosa y cuando miró sus ojos, se dio cuenta de que ella ya la estaba mirando.
Los toques en el tambor comenzaron a hacerse más calmados, hasta que llegó un punto donde casi no se podían notar.
—Mujer perdida —habló la anciana silenciando a todos—, llegaste a La Perla del norte, donde la única verdad es el frío —su español era más fluido que el de los demás—, ¿tu corazón de fuego busca un hogar o unos días?
El fuego que ardía pareció levantarse con la intensidad de la anciana. La luz que los cubrió a todos hizo sentir a Katerine extraña, todos la estaban mirando mientras que ella solo intentaba descifrar a qué se había referido la anciana. Era tan evidente lo diferente que era de todos ellos, tanto en su físico como en su interior. Estaba aterrorizada mientras que todos la miraban como un animalillo lastimado -que no era algo del todo alejado de la realidad-, pero aun así, podía respirar, lo comprobó varias veces, el aire no se le trababa en los pulmones ni le ocasionaba ningún ardor.
Respiró y casi gimió aliviada.
Recordó a su familia, retándola, burlándose, creyendo que ella no sería capaz de dejarlos. Y allí estaba ella, quien solo había deseado alejarse, perderse, desaparecer…Lo había conseguido.
Los tambores aumentaron su ritmo incitándola a responder.
¿Qué es lo que buscaba ella de este lugar? ¿Un hogar? ¿O solo un techo donde pasar el rato?
Cuando volvió a respirar sin trabarse, obtuvo su respuesta.
—Quiero quedarme —murmuró con timidez—. Mi nombre es Katerine —agregó rápidamente al percatarse que no se había presentado ante ninguno de ellos.
Los nativos a su alrededor aullaron y ella se obligó a mantener la calma. Los tambores fueron golpeados con fuerza y ella tembló.
Katerine volvió su mirada a la anciana, estaba sonriéndole.
—Respeta a La Perla y La Perla te respetará —nuevamente su voz acalló los alaridos de los demás—. Este lugar no es para todos…—advirtió.
—No es eso lo que estoy buscando —se atrevió a decir, su voz sonando firme.
La anciana hizo danzar su mano en el aire.
—Tienes que saber algo, niña del sol —le habló con dulzura—. Si vas a quedarte tienes que saber, muchas leyendas sobre estas montañas hablan…—canturrió—. Nadie pisa la tierra de Fría, porque quien pasa los arboles del norte no vuelve.
—No tengo interés en ir hacia allí —aseguró, preguntándose en su interior qué demonios era Fría.
Quienes estaban cerca de ella la mandaron a callar, advirtiéndole que tenía que ser respetuosa cuando una leyenda iba a ser contada, también murmuraron algo sobre que el demonio blanco podría estar escuchandolos.
¿Demonio Banco?, Pensó. Katerine arrugó su ceño.
—Escucha, morena —Katerine volvió su atención a la anciana de ojos oscuros—. Nunca cruces los arboles del bosque que llevan hacia la montaña, nunca camines sola por los caminos, nunca insultes La Perla y sus montañas…El Demonio blanco podría oírte y vendría a silenciarte para siempre.
Nadie se reía o hacia muecas divertidas, de hecho, todos estaban angustiosamente serios y algunos miraban sobre su hombro como temiendo que algo pudiera alcanzarlos de la nada.
Katerine se sintió temerosa de repente, solo asintió.
Una pequeña niña le pidió a la anciana entusiasmada: —Cuenta la historia, Gran Pretit.
Todos soltaron aullidos nuevamente.
Katerine se aferró a la piel que la cubría y sintió su interior encogerse.
Fue allí cuando le contaron la historia del Demonio blanco.
»Érase una vez un bebé enfermizo… Sus padres malvados sin ningún tipo de misericordia lo abandonaron al pie del río de La Perla, con la intensión de que cuando el agua subiera, el río lo reclamara. El llanto del bebé era indescriptible y despertó a todo aquello que estuvo dormido durante siglos. Las montañas. Esas que estaban cubiertas de escarcha al escucharlo se estremecieron furiosas haciendo caer su nieve. Se encariñaron de tal manera tan posesiva con el pequeño que la nieve lo absorbió y en su guardián de hielo lo convirtió. Ahora es un hombre salvaje que vaga en las montañas. Animal más que hombre, bestia más que animal, demonio más que bestia…
—Ten cuidado si alguna vez pisas las montañas del demonio blanco —masculló alguien.
La persona a su lado concluyó:—Y ten más cuidados si piensas deshonrarlas.
Escondido en la montaña jugaba Ean, dibujaba en las paredes cualquier forma que se le ocurriera, no tenía mucho que hacer allí, Fría le daba todo, la sentía en cada parte de él, como si solo fuera un contenedor. A veces bajaba al bosque, solo para asegurarse de que todo estuviera bien, o al menos así se engañaba. La verdad era que disfrutaba sentir esas otras energías extrañas y ajenas a su realidad.Soñaba con ir más allá de sus montañas escarchadas, soñaba con la mujer morena que lo esperaba constantemente en la cabaña. Tenía tantos sueños que antes no habían perturbado su cabeza.Todo había comenzado con la hembra que irrumpió en el bosque esa noche. Su olor lo había atraído y cuando pudo verla se quedó pasmado. Era tan distinta a los humanos que había visto. Su piel oscura, su cabello tan salv
Las personas en el barco habían dejado de ser ordinarias, al pasar esa barrera que separaba las dos tierras, todo se había bañado de color y formas. Katerine estaba impresionada, había personas de pieles rosadas y tan blancas y lisas que parecía porcelana. Tenían orejas alargadas, pequeñas, grandes y puntiagudas. Había una variedad incontable de colmillos, garras y ojos.Tanto había tanto y aun así, ninguno le pareció tan hermoso como lo era su hombre de hielo, que aun entre ese mar singular de imposibles, él parecía resaltar como una estrella en la oscuridad.No podía negar que estaba fascinada, eran extraordinarios, hermosos, algo mucho más que eso.Etua.Ean también se encontraba en el mismo estado que ella, los observaba a todos con extrañeza y nerviosismo, podía sentir la magia y el poder, pero nada borraba la admiraci&
Las estrellas parecían chispas sobre aquel manto de seda oscura, el barco rompía la armonía del agua que parecía tener sus propias estrellas, el viento cantaba en sus oídos haciendo mucho más silenciosa la noche. Era innegablemente pacífico y hermoso.Estar allí, en ese preciso momento, hacía que Katerine se sintiera tranquila después de todo…lo que había pasado. Había sido horrible, tener que ver los rostros de los Vigilantes al encontrarla en el suelo intentando limpiar la sangre y la expresión de Ean. Reneess había mandado a sus nietos a buscar a algún curandero, cualquiera que se encontrara en el barco mientras que ella ayudaba a Katerine en todo lo que le fuera posible.—¿Por qué no nos lo dijiste? —fue lo primero que le preguntó en voz baja.Con voz temblorosa Katerine le había respondido: —No lo s&ea
Habían llegado al aeropuerto, les había tomado un par de días conseguir la documentación —falsa— adecuada para que todos pudieran viajar sin inconveniente con los humanos, ya estaban a pocos días de poder pisar la tierra de los mágicos y Katerine estaba nerviosa, todo sobre el viaje la estresaba, pero los Vigilantes no dejaban de asegurarle que todo estaría bien. Bien, pues Katerine no lo estaba, se sentía enferma, todo la hacía sentir enferma. Sobre todo cuando los humanos miraban en dirección a Ean, aun cubierto por una capucha y lentes oscuros lograba llamar la atención, su cuerpo, su forma de moverse, ese brillo que no se podía esconder aunque lo cubrieran con una manta. La afectaba, constantemente, tener que aguantar la respiración cuando los ojos de alguien se quedaban prendados en el fijamente. —Estás demasiado pálida, niña —le susurró Reneess. —Todo esto me pone muy nerviosa —admitió. La mujer abrazó a Katerine con delicadeza
Estaba rogando porque él tuviera una idea de lo que sus palabras significaban, Katerine no quería tener que explicárselo. Ella no quería hablar, no quería enfrentarlo, solo quería meterse en la cama y cubrirse con la manta. Pero Ean estaba allí obstruyendo su camino, con el rostro pintado en seriedad, casi confusión.Oh, no.—¿Embarazada? —musitó mirándola entera—, ¿una cría? ¿Un bebé?Soltó una risa nasal sin poder evitarlo, estaba nerviosa, tan nerviosa que temblaba y tenía ganas de reír, llorar, gritar.—Sí —dijo en un hilo de voz—. Un bebé.Ean asintió lentamente, desvió su mirada hacia el estómago de Katerine. Se sintió incomoda, quiso escapar de su mirada curiosa pero él se lo impidió.—Tuyo y mío &m
Las palabras había que escogerlas con cuidado, eran poderosas, mucho más poderosas de lo que cualquiera podría llegar a creer. Unas palabras bien escogidas podían hacer que alguien terminara gobernando un país entero. Con unas palabras bien escogidas se podía entrar en la mente de la gente, hacerlos odiar o amar, hacerlos dudar y hasta creer.Había que tener cuidado con las palabras, Katerine no lo había sabido hasta ese momento, donde le hablaron de un hombre que había manipulado a la mayoría del mundo para tenerlos en la palma de su mano. Ese había sido Zachcarías Losher.Ella no podía dejar de pensar en él, en las palabras con las que se había abierto un camino por el mundo. Pensaba mucho en él, aunque estuviera muerto.Y estando parada frente a la tumba de su madre volvió a pensar en él mientras leía el epitafio en la piedra de
Último capítulo