El eco de las revelaciones aún resonaba en las ruinas de Athrek-harn cuando Rhea se adentró en los corredores inferiores del bastión. La piedra estaba impregnada de ceniza y memoria. La marca en su espalda ardía con un calor constante, como si el fuego que había despertado dentro de ella se negara a dormir.
Su hermano. Había tenido un hermano.
Pero ¿cómo era posible?
Ella había crecido en la aldea de Grevan, encerrada en una celda desde que podía recordar, criada por capataces que la llamaban "bestia" y "maldición con patas". Su niñez era una sucesión de cadenas, heridas y soledad. Nunca había habido un rostro familiar. Nunca una voz que la llamara hermana.
Y sin embargo, la criatura encadenada en el pozo, el espectro de fuego que la había tocado con la voz del recuerdo, había pronunciado las palabras con certeza:
"Eras mi hermana. Y me olvidaste."
Kael caminaba a su lado, en silen