Athrek-harn ardía en silencio.
No con llamas. Con memorias. Con gritos que no eran gritos, sino ecos atrapados entre las grietas del bastión olvidado. Rhea aún sentía en la piel el temblor de la criatura encadenada. Su cuerpo estaba quieto, pero dentro de ella, la marca no dejaba de palpitar. No era dolor. Era un latido, un tambor antiguo golpeando desde lo profundo.
La criatura no había sido destruida. Solo fragmentada. Lo que había emergido del pozo era apenas un reflejo. Y su furia... su pena... había dejado cicatrices en el aire mismo.
Kael se mantenía de pie a su lado, espada envainada, los ojos fijos en las ruinas. Su expresión era más que tensa: era la de un hombre que reconocía a los muertos por su nombre.
Rhea se arrodilló, tocando la tierra agrietada donde la criatura se había alzado. La ceniza estaba tibia. Su mar