El amanecer no trajo claridad, solo una palidez helada que envolvía las rocas como una neblina petrificada. Rhea se despertó envuelta en la capa de Kael, el cuerpo entumecido por el frío y el recuerdo de la noche anterior todavía vibrando bajo su piel. Había algo en ella que ya no dormía. No desde la visión. No desde Umbra.
Kael se encontraba en cuclillas al borde del claro, afilando su espada con movimientos metódicos. El fuego de la noche anterior apenas era un montón de brasas, y aún así su figura parecía irradiar calor. Silencioso. Imperturbable. Pero ella sentía el peso de sus pensamientos, como si el vínculo murmurara en voz baja entre ellos.
Rhea se incorporó lentamente, envolviéndose con la capa mientras se sentaba junto al fuego. Kael no habló al verla, pero su mirada se alzó apenas, como quien confirma