Athrek-harn dormía.
Pero en sus entrañas, algo respiraba.
Tras el descubrimiento en la Biblioteca del Corazón, Rhea no fue la misma. Caminaba diferente. Sentía diferente. Como si cada paso que daba fuera un eco de otros pasos más antiguos, como si su piel ya no fuera solo carne, sino un receptáculo vivo de memorias que no le pertenecían del todo. El fuego que una vez la había asustado ahora palpitaba bajo su piel como una segunda sangre. No abrasaba, susurraba.
El descenso desde la Biblioteca fue en silencio, pero no por falta de palabras. Cada peldaño que dejaban atrás era una capa más de ignorancia que se desprendía. Ahora lo sabía: su marca no era una maldición. Era un pacto. Y ese pacto no había sido con hombres, ni siquiera con el fuego mismo, sino con los dragones sagrados. Los Antiguos.
—Entonces... ¿los Domadores no eran guerreros? —murmuró Rhea mientras a