El reflejo que el espejo me ofreció fue un retrato de melancolía y agotamiento. Sin demora, me sumergí en las aguas reconfortantes de un baño que lavó más que el cansancio físico; era un intento de purificar las inquietudes que me acosaban.
Al salir, me envolví en la suavidad de un vestido amplio y confortable, una elección que favorecía mi necesidad de sentirme libre y menos constreñida. La peluca rubia reposaba sobre mi cabeza, no tanto como un disfraz sino más bien como un escudo preventivo. Mientras contemplaba mi reflejo transformado, la idea de teñir mi cabello emergió como una necesidad urgente; otro paso hacia la metamorfosis que me permitiría ocultarme a plena vista. Avancé lentamente hacia la cocina, envuelta en el embriagador aroma de los platos que ya adornaban la mesa con sus vapores danzantes. El señor Nectáreo se mov