269. CONOCIENDO A LA FAMILIA

CELIA:

Me quedé mirando cómo Alonso se iba corriendo, sintiendo cómo mis lágrimas rodaban por mis mejillas. No sabía el motivo, pero el miedo se había apoderado de mí completamente, como si fuera una droga que no podía dejar. Las manos de mi suegro en mis hombros trataban de consolarme, pero las lágrimas seguían saliendo como si fueran una fuente inagotable.

 Sin decir ni una palabra, me condujeron al interior de un salón donde me esperaban los doctores de la familia. Al verme llorando, el doctor Rossi, que era el que más me había tratado, se adelantó a mi encuentro.

—¿Qué te pasa, Celia? ¿Dónde está Alonso? —preguntó mientras limpiaba mis lágrimas con delicadeza, lo cual provocó el efecto contrario en mí y me eché a llorar desconsoladamente, como lo que era, una novata en este mundo de hierro y sangre.

Nunca había sido una llorona. Había aguantado durante toda mi vida el llanto en mi interior. Pero este último tiempo fue una de las peores pesadillas, sin
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