Ya no importaba nada más.
—Ya no importa, Logan. Lo único que importa es que estamos juntos —susurró Mía, aferrándose con las pocas fuerzas que le quedaban al pecho de él, como si ese contacto fuera lo único que le mantenía de pie en medio de tanta oscuridad.
Logan, con los ojos brillantes por la furia y la ternura mezcladas, la estrechó contra sí como si jurara en silencio que nada ni nadie volvería a apartarlos.
Pero lejos de ellos, en medio del bosque que parecía encogerse bajo la tensión de la luna, otra sombra corría desesperada. Owen, con la sangre resbalándole por el rostro, mantenía la mano presionada contra su ojo. Cada paso era una punzada de dolor que le recordaba la humillación de haber caído en manos de Logan y los suyos. El aire frío entraba a sus pulmones con violencia, desgarrando más su ansiedad.
—Maldición… —gruñó entre dientes, tropezando con las raíces húmedas—. No puede acabar así.
Sin embargo, en medio de esa huida frenética, un escalofrío recorrió su espalda. La