El fuego devoraba el bosque con hambre insaciable. Las llamas danzaban entre los árboles, convirtiendo la noche en un infierno carmesí. Helena corría descalza, sintiendo la tierra caliente bajo sus pies, mientras el humo se colaba en sus pulmones. No sabía hacia dónde huir; el fuego la rodeaba por todas partes.
Fue entonces cuando lo vio.
Entre las llamas, inmóvil como una estatua de mármol, un lobo blanco la observaba. Sus ojos, de un azul imposible, brillaban con una inteligencia sobrenatural. No parecía afectado por el calor abrasador ni por el humo que lo envolvía. La miraba fijamente, como si pudiera ver a través de su alma.
"Ven a mí", parecía decirle sin palabras.
Helena dio un paso hacia el animal, sintiendo una extraña familiaridad. Cuando estuvo a pocos metros, el lobo comenzó a transformarse. Su silueta se distorsionó, sus patas se alargaron, su pelaje se retrajo. Y ante sus ojos, donde antes estaba el lobo, ahora se encontraba Darius.
Pero no era el Darius que conocía. Sus