El salón principal del castillo de los vampiros se había transformado para la ocasión. Candelabros de cristal negro pendían del techo abovedado, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de piedra antigua. Helena observaba fascinada cómo los sirvientes, todos con la misma palidez característica, se deslizaban entre los invitados con bandejas de copas llenas de un líquido carmesí que prefería no identificar.
Llevaba tres días en aquel mundo y cada minuto le resultaba más desconcertante que el anterior. Adrián, el vampiro de sus pesadillas, había insistido en que asistiera a esta reunión del Consejo de Clanes. "Es importante que te conozcan", le había dicho con aquella voz profunda que hacía que su piel se erizara. "Necesitamos aliados."
Helena se ajustó el vestido negro que le habían proporcionado, un diseño elegante que dejaba sus hombros al descubierto y caía en cascada hasta el suelo. Se sentía como una impostora, una humana jugando a ser parte de un mundo que no comprendía.
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