El amanecer filtraba sus tonos dorados a través de los velos de la tienda, bañando las pieles revueltas con una luz suave y cálida. Darién fue el primero en despertar. Su cuerpo aún dolía, cada músculo protestaba con el peso de la recuperación y de la noche anterior... pero había algo más fuerte que el cansancio: ella.
Nyrea dormía aún, con su cabello desparramado sobre la almohada y una mano descansando sobre su vientre, instintiva, protectora. El verlo lo estremeció.
Se acercó despacio y besó su hombro desnudo, murmurando con voz rasposa:
—Ahora entiendo mejor cómo te sentías después de esos estallidos emocionales… —murmuró él, acariciando su cintura con suavidad—. Te dejaban drenada, sí… pero también encendida. Como si el fuego que te consumía no supiera si romperte o desearte más.
Ella sonrió apenas, todavía entre sueños, pero su voz salió clara.
—Exacto... es como si algo dentro de mí quedara vacío... y al mismo tiempo, hambriento.
Se volvió hacia él, entrelazando sus piernas