Aeryn creció creyendo que era una simple mujer lobo, una huérfana sin legado. Pero era mas que eso, su legado antiguo no solo era especial, sino que estaba marcado por la traición y el exilio. Sin embargo, en las sombras de su pasado se oculta una verdad que fue cuidadosamente enterrada: Aeryn no es una loba cualquiera… es una licántropa de sangre real, la legítima heredera al trono de la manada que ahora se hace llamar Lobrenhart , una Luna destinada a gobernar junto al Alfa. Pero cuando su despertar se aproxima, sus enemigos tiemblan. Aquellos que le arrebataron su derecho al trono, la acusaron injustamente y la desterraron, no contaban con que el fuego de la venganza la haría más fuerte que nunca. Ahora, con el poder ancestral latiendo en su interior y un juramento grabado en su alma, Aeryn regresa. El Alfa Darién que una vez la repudió aún vive… y su vínculo prohibido resurge con más fuerza que antes. ¿Puede el amor sobrevivir a la traición más cruel? ¿Podrá Aeryn reclamar su trono sin volverse aquello que juró destruir? Esta es una historia intensa de amor oscuro, venganza, traición y redención. Aeryn no solo luchará por lo que perdió… luchará por convertirse en quien nació para ser.
Leer másOscuridad. Sangre. Silencio. Así comenzó mi caída… y también mi renacer.
El frío calaba mis huesos, pero no tanto como la traición que se incrustaba en mi alma como un cuchillo oxidado. Arrodillada en medio del claro, con las muñecas atadas y la dignidad hecha trizas, me convertí en espectáculo de burla para aquellos que alguna vez llamé mi manada. La luna brillaba sobre mi rostro herido, indiferente a la injusticia que presenciaba. Era la única que no me había abandonado. —Por atentar contra el futuro de la manada, Aeryn, hija de nadie, es desterrada —sentenció Darien, el Alfa, la voz que alguna vez me susurró amor ahora sonaba como un verdugo sin alma. No tembló. No titubeó. Su mirada era hielo, pero yo conocía lo que se ocultaba detrás. O creía conocerlo. Su frialdad no era solo liderazgo, era desprecio. Era odio cuidadosamente disfrazado de deber. Y luego, como si no fuera suficiente, me escupió la última daga: —Considérate afortunada de que no opte por asesinarte. Eres una loba que sabe complacer en la cama —se burló, con una sonrisa cruel. La manada estalló en carcajadas, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos. Todos. Ellos, que crecieron conmigo. Que compartieron la caza, el pan, los juegos… ahora eran lobos babeando por ver mi ruina. No dije nada. No lloré. No me rendí. Nunca he podido llorar desde que murieron mis padres hace 2 años. Ni siquiera entonces. La pérdida me secó por dentro. Me dejó hueca, moldeable. Perfecta para ser manipulada. Mi corazón latía con fuerza, no por miedo… sino por furia. Por asco. Por el desprecio de saber que mi propio destino me escupía al rostro. Él. Darien. Mi amor. Mi compañero predestinado. Mi Alfa. Mi traidor. Mi verdugo. Fui arrastrada por los centinelas como si fuera basura. Mis pies desnudos sangraban con cada piedra, pero no gemí. No les di el placer de verme débil. Mientras las risas se apagaban a mi espalda, sentí que la luna bajaba la cabeza, avergonzada por lo que permitía. No sabía entonces que no era una simple loba. No sabía que los que llamé familia me habían robado mi origen. No sabía que mis padres fueron asesinados para ocultar la verdad: Que yo era la Luna Verdadera. No una cualquiera. No una sirvienta del Alfa. Su igual. Su reina. Me entrenaron para ser sumisa. Me enseñaron a obedecer, a bajar la cabeza, a no alzar la voz aunque ardiera por dentro. Porque sabían. Sabían quién era. Y sabían que, si lo descubrían, yo tendría el derecho sobre todos ellos. Sobre el trono. Sobre la manada. Sobre Darien. Pero la verdad es como la sangre: siempre encuentra la forma de salir. Años después, ya no hay pesar. Solo fuego. Fuego que arde en mi pecho cada vez que recuerdo su burla. Su condena. Fuego que no se extingue con el tiempo ni con el dolor. He cruzado territorios malditos, sobrevivido a bestias, frío, hambre y soledad. He dormido entre brujas, me he bañado en ríos de sombras, he aprendido de quienes habrían matado a cualquier otra. Pero yo no morí. Yo aprendí. Yo cambié. La loba herida ya no existe. Ahora soy acero envuelto en carne. Ahora soy la oscuridad que crearon. Soy la furia de la luna silenciada. Soy la voz de una reina desterrada. Y he vuelto. Por mi nombre. Por mi sangre. Por el legado que intentaron arrebatarme. Por mi manada… y por el juicio que esta vez yo dictaré. Darien… ¿Creíste que podías desecharme como si no valiera nada? ¿Que podía romperme y seguir gobernando con las manos limpias? ¿Que el lazo que nos unía moriría con tu desprecio? No. Ese lazo se ha podrido, sí. Pero ahora es una cadena de fuego… y cuando vuelva a verte, se cerrará en tu garganta. Porque cuando la Luna es negada, no desaparece… Se transforma en sombra. Y la sombra no tiene piedad. •¿Que les pareció?Cinco años después La nieve caía suave sobre los techos de Lobrenhart, cubriéndolo todo con un manto blanco como si la Luna misma hubiera descendido a bendecir su legado. El viento arrastraba risas infantiles y el crepitar de las antorchas, mientras dos figuras diminutas corrían entre los árboles decorados con cintas rojas y azules. —¡Volrik, te vas a caer! —gritó Nyasha con voz de mando. —¡Solo si me alcanzas primero! —contestó él, soltando una carcajada que retumbó como un eco de fuego en la noche.Desde lo alto de la Torre del Alba, Darien y Nyrea observaban aquella escena con el corazón colmado. Ella tenía las manos apoyadas sobre la baranda de piedra; él, abrazándola desde atrás, recostó su frente contra la suya. —¿Crees que alguna vez entenderán lo que atravesamos? —susurró él. —No tienen que entenderlo —respondió ella —. Lo llevan en la sangre. Y era cierto. Aquellos dos pequeños nacidos del fuego y el exilio, del amor y la furia, crecían en libertad. Con una historia ta
Los tambores comenzaron a sonar.Lentos. Rítmicos. Antiguos.Como el latido mismo de la tierra bajo sus pies. Un cuerno largo y grave retumbó desde la Torre del Alba, anunciando lo que el pueblo ya sabía: la oscuridad había terminado.Lobrenhart estaba de fiesta.Banderas danzaban en las alturas. El fuego purificador aún chispeaba en los bordes de la plaza del juicio, pero ahora era cálido, celebratorio. Las familias se apiñaban en círculos, los niños se alzaban sobre los hombros de sus padres, y los ancianos de la manada, por primera vez en años, sonreían con esperanza.Kaelrik se abrió paso hasta el centro del círculo de piedra, golpeando su lanza contra el suelo con tres toques firmes.—¡Que se abran los caminos! —proclamó con orgullo—. Hoy, la manada no solo honra a sus líderes… ¡hoy da la bienvenida a sus herederos!El pueblo estalló en vítores. Se abrió un pasillo entre la multitud, y entonces ellas aparecieron.Nerysa, soberbia como una Reina del Lobo, con la túnica ceremonial
La plaza seguía envuelta en un silencio expectante tras la marcha ardiente de Aldrik. La Llama Sagrada aún crepitaba en el centro del círculo, como si se negara a apagarse del todo.Darien respiró hondo. El eco de los vítores aún flotaba en el aire, pero su expresión cambió. Sostenía la mano de Nyrea con fuerza, pero ahora se volvió hacia ella con los ojos nublados por la emoción.—Antes de que este día se grabe en la historia como el inicio de una nueva era… hay algo que debo decir.El pueblo enmudeció al oír la gravedad en su voz.—Pueblo de Lobrenhart… cometí un error.Hizo una pausa. Tragar esa culpa ante tantos costaba más que enfrentarse a cualquier enemigo.—Hace un tiempo, le fallé a quien fue mi Luna… y que hoy es mi igual. A mí Aeryn. A Nyrea. La desterré por miedo, por presión, por no saber ver más allá de las mentiras que nos rodeaban.Su voz tembló apenas.—Permití que fuera humillada. La dejé sola cuando más me necesitaba. Y aunque fue para protegerla… el daño fue real.
Aldrik alzó la cabeza. Las cadenas tintinearon con un eco metálico que se perdió entre las piedras del círculo. Su mirada recorrió el fuego, el consejo, el pueblo expectante… y se detuvo en Nyrea y Darien, como si aún le pertenecieran.—No niego nada. Lo hice todo. Y lo haría de nuevo.Su voz no temblaba. Su convicción era gélida y brutal.—Fui el único que vio lo que venía. Caellum era débil. Idealista. Se aferraba a sueños de paz y hermandad cuando el mundo solo entiende una lengua: el miedo. ¿Creen que el poder se hereda? No. El poder se toma. Se impone. Se defiende con sangre.Clavó sus ojos en Nyrea, no con culpa, sino con un odio viejo y rancio.—Y ustedes… los Ignarossa… portadores de un fuego caótico, destructivo. ¿Qué ofrecieron cuando más los necesitábamos? Cuando mi compañera Marien agonizaba, acudí a ustedes, suplicando por su vida. ¿Y qué recibió? Silencio. negativas, de que no había tiempo. Su fuego no salvó… su fuego abandonó.Hizo una pausa. Respiró hondo, como si las
El amanecer había llegado con un silencio denso, casi reverencial, como si el propio viento contuviera la respiración. En el centro de la plaza ceremonial de Lobrenhart, el Círculo de Piedra del Juicio ardía por primera vez en generaciones. Las runas talladas en la roca ancestral se encendieron con un resplandor ígneo, evocando la memoria de los antiguos, de aquellos que alguna vez juzgaron con la mirada de la Luna y el fuego de la verdad.La Llama del Juicio danzaba al centro, crepitando sin consumir nada visible, alimentada por el conjuro sagrado de los linajes que aún conservaban el derecho a invocarla. No todos podían presenciar su luz sin ser tocados por ella. Muchos miraban con respeto. Otros, con temor.Nyrea se encontraba en el centro del círculo, de pie, erguida como la heredera renacida que era. Vestía un manto blanco con bordes rojos y plateados, los colores de su linaje purificado. Sus cabellos caían sueltos sobre los hombros, su mechón plateado resaltaba como fuego conten
La habitación aún olía a hierbas dulces y ceniza tibia. Afuera, el sol del segundo día se filtraba suave, como si incluso la luz respetara el proceso de volver.Darien se encontraba de pie, con el cuerpo cansado y la espalda erguida, como si aún le doliera cargar el fuego que lo atravesó.Nyrea apenas había logrado sentarse. Estaba envuelta en mantas, el cabello suelto sobre los hombros, con la mirada serena pero profunda. Sus piernas todavía no respondían del todo, pero la fuerza en sus ojos no dejaba lugar a dudas: estaba volviendo.Los gemelos dormían cerca, protegidos por Nerysa en una habitación contigua.Cuando la puerta se abrió, los tres lobos que entraron lo hicieron en silencio, como si cruzaran un santuario.Kaelrik fue el primero en hablar, con esa voz que siempre parecía mitad gruñido, mitad advertencia.—¿Siguen enteros?Darien esbozó una sonrisa. Cansada, pero real.—Más o menos.Sareth se dejó caer en un banco, sacudiéndose la capa.—Teníamos una apuesta. Yo decía que
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