Cinco años después
La nieve caía suave sobre los techos de Lobrenhart, cubriéndolo todo con un manto blanco como si la Luna misma hubiera descendido a bendecir su legado. El viento arrastraba risas infantiles y el crepitar de las antorchas, mientras dos figuras diminutas corrían entre los árboles decorados con cintas rojas y azules.
—¡Volrik, te vas a caer! —gritó Nyasha con voz de mando.
—¡Solo si me alcanzas primero! —contestó él, soltando una carcajada que retumbó como un eco de fuego en la noche.
Desde lo alto de la Torre del Alba, Darien y Nyrea observaban aquella escena con el corazón colmado. Ella tenía las manos apoyadas sobre la baranda de piedra; él, abrazándola desde atrás, recostó su frente contra la suya.
—¿Crees que alguna vez entenderán lo que atravesamos? —susurró él.
—No tienen que entenderlo —respondió ella —. Lo llevan en la sangre.
Y era cierto. Aquellos dos pequeños nacidos del fuego y el exilio, del amor y la furia, crecían en libertad. Con una historia ta