La plaza seguía envuelta en un silencio expectante tras la marcha ardiente de Aldrik. La Llama Sagrada aún crepitaba en el centro del círculo, como si se negara a apagarse del todo.
Darien respiró hondo. El eco de los vítores aún flotaba en el aire, pero su expresión cambió. Sostenía la mano de Nyrea con fuerza, pero ahora se volvió hacia ella con los ojos nublados por la emoción.
—Antes de que este día se grabe en la historia como el inicio de una nueva era… hay algo que debo decir.
El pueblo enmudeció al oír la gravedad en su voz.
—Pueblo de Lobrenhart… cometí un error.
Hizo una pausa. Tragar esa culpa ante tantos costaba más que enfrentarse a cualquier enemigo.
—Hace un tiempo, le fallé a quien fue mi Luna… y que hoy es mi igual. A mí Aeryn. A Nyrea. La desterré por miedo, por presión, por no saber ver más allá de las mentiras que nos rodeaban.
Su voz tembló apenas.
—Permití que fuera humillada. La dejé sola cuando más me necesitaba. Y aunque fue para protegerla… el daño fue real.