Aldrik alzó la cabeza. Las cadenas tintinearon con un eco metálico que se perdió entre las piedras del círculo. Su mirada recorrió el fuego, el consejo, el pueblo expectante… y se detuvo en Nyrea y Darien, como si aún le pertenecieran.
—No niego nada. Lo hice todo. Y lo haría de nuevo.
Su voz no temblaba. Su convicción era gélida y brutal.
—Fui el único que vio lo que venía. Caellum era débil. Idealista. Se aferraba a sueños de paz y hermandad cuando el mundo solo entiende una lengua: el miedo. ¿Creen que el poder se hereda? No. El poder se toma. Se impone. Se defiende con sangre.
Clavó sus ojos en Nyrea, no con culpa, sino con un odio viejo y rancio.
—Y ustedes… los Ignarossa… portadores de un fuego caótico, destructivo. ¿Qué ofrecieron cuando más los necesitábamos? Cuando mi compañera Marien agonizaba, acudí a ustedes, suplicando por su vida. ¿Y qué recibió? Silencio. negativas, de que no había tiempo. Su fuego no salvó… su fuego abandonó.
Hizo una pausa. Respiró hondo, como si las