La brisa helada de Vyrden acariciaba la piel con uñas de escarcha cuando Kaelrik tomó el sendero de regreso a su cabaña. Había sido una noche larga, con mapas, acuerdos y miradas cruzadas que pesaban más que cualquier armadura.
—Alfa… —una voz suave lo llamó entre las sombras.
Una loba joven, de cabello oscuro y mirada felina, emergió desde un rincón del camino. Sus movimientos eran demasiado deliberados para fingir inocencia.
—Estás tenso… pensé que podrías necesitar compañía esta noche —susurró, acercándose con descaro.
Kaelrik no respondió. Solo la miró, impasible.
Ella, aún con el descaro en los labios, se atrevió a rozar su pecho. Pero antes de que pudiera continuar, él gruñó con suavidad.
—Fuera.
La loba parpadeó, como si no hubiese escuchado bien. Luego hizo un puchero infantil.
—Como quieras, Alfa…
Y se esfumó entre la niebla como un mal pensamiento.
Kaelrik suspiró, apretando el puente de su nariz.
“Una más”, pensó. “Una más que no entiende nada.”
Esta