La brisa nocturna acariciaba los techos de Vyrden con una calma engañosa. Kaelrik acababa de quedarse solo, aún resonando en su mente las palabras de Sareth. No había dormido. No podía.
Un golpe seco en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Mi Alfa, malas noticias. —Era Eryos, su teniente—. Uno de nuestros puestos de vigilancia en la aldea de Urdan ha sido atacado.
Kaelrik se incorporó de inmediato.
—¿Cuántos?
—Pocos sobrevivientes. Pero los rastros… no son de una banda común. Son disciplinados. Y rápidos. Como si solo quisieran que viéramos el fuego.
Kaelrik frunció el ceño.
—Entonces no era un ataque. Era una firma.
—¿Una qué?
—Una declaración. O una distracción.
Se dirigió al balcón, mirando las llanuras oscuras al sur. La noche era tranquila. Demasiado.
—No quieren a Urdan —murmuró—. Quieren Vyrden.
Eryos palideció.
—¿Cree que fue una trampa?
—Estoy seguro. Nos obligan a mirar al borde… mientras preparan un golpe al corazón.
Su mandíbula se tensó.
—Moviliza a lo