El aire olía a humo y tierra rota.
Darién cabalgaba al frente del escuadrón de Brumavelo, flanqueado por dos sanadoras y su escolta. A lo lejos, los últimos rayos de sol proyectaban sombras alargadas sobre los campos devastados. Casas calcinadas, molinos reducidos a esqueletos, cultivos ennegrecidos. El sur ardía... y lo hacía con crueldad premeditada.
Sareth fruncía el ceño mientras le señalaba el tercer poblado arrasado.
—Fueron directos. Fuego dirigido, sin saqueo. Esto fue un mensaje, no una incursión cualquiera.
Darién asintió. Su mandíbula estaba tensa. El rastro de destrucción dejaba claro que la situación era peor de lo esperado.
Y entonces, a lo lejos, se alzó una polvareda. Una avanzada de jinetes se aproximaba con velocidad. Los estandartes de Vyrden ondeaban, y al frente, un jinete de armadura ligera, con una capa negra que se movía como sombra líquida.
Kaelrik.
Al detenerse a metros de la comitiva, desmontó con una agilidad que no mostraba rastros de fatiga. Su