La sala del consejo en Lobrenhart estaba cargada de tensión. Ni el fuego crepitaba. La piedra misma parecía contener el aliento. La piedra fría de las paredes parecía más sombría que nunca, y los estandartes de Lobrenhart no ondeaban como de costumbre. No era día de celebración. Era día de juicio.
Elaria se mantenía de pie en el centro del círculo, su vientre apenas visible, sus ojos bajos, su expresión dura. A su alrededor, los ancianos, guardianes y testigos aguardaban. La tensión era densa como niebla. Nadie se atrevía a hablar en voz alta. Todos esperaban la palabra final del Alfa. Aldrik no asistio.
Darien no estaba en su trono. Se mantenía de pie, junto a su madre Nerysa, con el ceño fruncido y los ojos oscuros por la decepción.
—Elaria Varron —anunció uno de los jueces del consejo—. Has sido acusada de traición al mandato del consejo, de manipulación de información y de conspirar para ocupar un puesto que no te corresponde por la vía del engaño. Hoy se te juzga por delitos que