Soy Chiara Vigo, Alfa de los Hijos del Bosque, criada para liderar y proteger a los míos. No me gustan los juegos de poder, pero para cuidar a mi manada, acepté la propuesta de casarme con un miembro de la segunda manada poderosa del bosque, pero solo si antes conocía a mi futuro esposo, todo se haría bajo mis condiciones, me colé en los Lobos de la Tormenta como Naia Costa, una rastreadora torpe. Con arcilla escondí mi olor de Alfa y mantuve la cabeza baja, observando. Todo iba según el plan hasta que conocí a Stefano, el alfa de la manda. Desde el primer momento, sus ojos me atraparon. Cada cacería juntos se ha convertido en un desafío, en un roce que me hace sentir viva. Sé que no debería, pero hay algo en él que me quema por dentro. He intentado mantenerlo lejos, pero la chispa entre nosotros es imposible de ignorar. Y mientras más cerca estamos, más difícil es guardar mi secreto. Fabio, el hermano de Stefano me mira con desprecio, no me quita los ojos de encima. Livia, la beta que quiere ser la luna de Stefano, me odia sin razón. Y en las sombras, un peligro crece, uno que amenaza a mi manada y a todo lo que amo. No sé cuánto tiempo podré seguir escondiendo quién soy, ni si podré proteger a los míos.
Leer másSer la Alfa de la manada de los Hijos del Bosque no era un título que viniera con promesas de felicidad, no había noches mirando la luna, esperando que la Diosa Lunar me diera una señal sobre quién sería mi compañero, desde que tomé el mando al cumplir la mayoría de edad, mi vida se redujo a una cosa: mantener a mi gente viva, fuerte, unida. Eso era todo lo que importaba, incluso si tenía que empujar mis propios deseos a un rincón oscuro y olvidarlos.
Mis padres habían muerto años atrás, destrozados en una pelea contra una manada rival que quería nuestras tierras en las colinas de Umbría, me dejaron sola, con una lección que no olvidaría, ceder sin pensar no trae nada bueno, desde entonces, cada paso que he dado es calculado, cada decisión tomada pesa como si fuera una piedra en el pecho.
Esa noche, la lluvia caía sin parar, no podía dormir, me levanté, y me quité la ropa sencilla que usaba para dormir y dejé que mi cuerpo se transformara, mis huesos crujieron, mi piel se estiró, y pronto fui loba, me empapé en cuanto salí a la tormenta.
Corrí sin rumbo, subiendo por senderos empinados hasta un claro entre los robles, allí me detuve, jadeando, quería respuestas, pero la luna no me decía nada.
Mi primo Marco me encontró poco después, lo vi venir desde lejos, su figura avanzaba entre los árboles, tenía el pelo pegado a la cara por la lluvia.
—Chiara, tu tía te necesita ahora, no es algo que pueda esperar —gritó, alzando la voz para que lo escuchara.
Gruñí despacio, el sonido salió ronco de mi garganta, enseguida volví a mi forma humana, el frío me tocó de inmediato, pero no me importó, me sacudí el agua de los brazos, Marco me ofreció una manta, caminé detrás de él hasta la casa de piedra donde vivía mi tía, la puerta estaba entreabierta, el calor del fuego me reconfortó en cuando entré, ella estaba de pie junto a una ventana, tenía las manos cruzadas y la mirada perdida en el cristal empañado.
—El viejo Darío, de los Lobos de la Tormenta habló conmigo hoy —dijo sin girarse —quiere un acuerdo, dice que uno de sus nietos, los Ditolbi debe unirse a un miembro de nuestra manada.
Me acerqué al fuego, buscando que el calor me secara un poco, y la miré con el ceño fruncido.
— ¿Qué ganamos nosotros con eso? —pregunté, apoyando una mano en la pared..
Ella se dio la vuelta, y sus ojos reflejaron la luz de las llamas.
—Sus tierras nos darían control sobre el río, tendríamos más comida, más fuerza, además, nuestras manadas se convertirían en una sola, con un poder inmenso, pero tú decides si vale la pena, si aceptas te estarán esperando en la ribera del río, en su valle.
Me quedé callada un momento, después de pensar mis opciones hablé de nuevo.
—Lo haré, pero será a mi manera, no sabrán que soy la Alfa, me presentaré como una rastreadora, alguien que no importa, si en cuatro meses no hay nada real entre nosotros, me voy, si no funciona, encontraré otro modo de atar nuestras manadas, no voy a quedarme atrapada por nadie.
Ella apretó los labios, como si quisiera discutir, pero al final solo asintió, siempre había sido blanda conmigo desde que mis padres se fueron, no dijo más, y yo tampoco, salí de la sala, busqué a Marco para hacerle algunos encargos, después subí a mi cuarto, y me puse a preparar todo.
Mezclé musgo fresco con arcilla gris en un cuenco viejo, aplastándolo con los dedos hasta que quedó una pasta espesa, me la unté en el cuello y las muñecas para tapar mi olor, ese rastro fuerte que delataba mi rango, coloqué tierra húmeda sobre mi rostro, luego busqué ropa vieja, un vestido marrón gastado, con parches en las rodillas, y un chal viejo.
Un par de horas después, agarré un morral sencillo, metí un cuchillo pequeño y un pedazo de pan duro, y salí al establo, tomé un caballo, elegí un animal flaco con el pelo lleno de nudos, relinchó en cuando me acerqué, lo monté sin silla, usando solo una cuerda vieja como rienda, y partí bajo la lluvia hacia el valle donde los Lobos de la Tormenta tenían su guarida, cerca de un río en Emilia-Romaña.
El viaje fue lento, el caballo tropezaba constantemente en el barro, y yo me aferraba a su crin para no caer, la tormenta no paraba, y el agua me escurría por la cara, de forma molesta, cuando llegué al cruce del río, la lluvia había parado, desmonté, até al caballo a un árbol, y caminé hacia el agua, ahí los vi, dos hombres esperando bajo un sauce, eran altos, con cuerpos fuertes que se notaban incluso bajo sus capas manchadas de barro.
—No sé por qué estamos perdiendo aquí el día, tengo trampas que revisar —dijo uno, rascándose la nuca con fastidio, era Fabio Ditolbi, el menor de los dos hermanos, lo supe después, su pelo castaño estaba despeinado, y sus botas estaban cubiertas de lodo.
—¿Qué espera el abuelo de esta chica? —murmuró el otro, pateando una rama que cayó al agua, ese era Stefano Ditolbi, el Alpha, su voz era tranquila, pero sus ojos azules tenían una intensidad que no pasaba desapercibida.
Me ajusté el chal sobre los hombros, dejé que el morral colgara a un lado y caminé hacia ellos sin prisa, como si no estuviera segura de dónde pisar, sonreí por dentro, sabiendo que mi disfraz estaba funcionando al ver sus rostros.
—Hola, ¿son los Ditolbi? Soy Naia Costa —dije, bajando la voz y mirando al suelo un segundo antes de levantar la vista.
Fabio me observó de arriba abajo, con una ceja levantada.
—¿Tú? ¿En serio eres la que mandaron?
Hice un gesto torpe con las manos y asentí.
—Mi gente dijo que podía ayudar con algo por aquí, no sé mucho, pero vine igual.
Stefano soltó una risa corta, fue casi un bufido.
—No parece que puedas seguirle el paso a un conejo, mucho menos a nosotros.
— ¿Y si te mandamos de vuelta por ese camino? —dijo Fabio, cruzándose de brazos y señalando el sendero con la cabeza.
Parpadeé un par de veces, fingiendo que no entendía del todo, y me encogí de hombros.
—No sé, pero supongo que puedo intentarlo, tal vez me necesiten.
Stefano negó con la cabeza con evidente fastidio y dio un paso hacia el río.
—Ya, basta, sube al bote, nos vamos al campamento.
Caminé detrás de ellos hasta una barca pequeña amarrada a la orilla, me subí con cuidado, sentándome junto a Stefano, mientras Fabio empujaba el bote al agua y saltaba dentro. El río nos llevó rápido, un silencio pesado se instaló entre nosotros, interrumpido solo por el chapoteo de los remos, miré una cuerda enrollada a los pies de Stefano, gruesa y llena de nudos, y dije lo primero que se me ocurrió:
—¡Qué buena soga! Seguro que sirve para amarrar leña, ¿no?
Fabio soltó una carcajada desde la parte trasera del bote.
—¿Leña? Con esto ato ciervos después de cazarlos, no palos para tu fogata.
Su tono era de desprecio, y eso me alegró, ninguno de los dos parecía dispuesto a tomarme en serio, y eso era exactamente lo que quería, cuanto menos me quisieran cerca, más fácil sería salir de esto si no funcionaba.
El bote llegó a una curva del río, y ahí estaba el campamento, era un grupo de cabañas de madera y piedra rodeadas de juncos altos, salía humo de un par de chimeneas, y el olor a pescado asado podía sentirse, desembarcamos, y mientras caminaba detrás de ellos, miré las casas y exclamé.
—¡Qué sitio tan práctico! Seguro pescan mucho aquí con ese río tan cerca.
En mi cabeza, comparé el lugar con nuestro refugio en las colinas, con sus muros altos y sus vistas que alcanzaban hasta el horizonte, este lugar no era nada especial, Fabio gruñó a mi lado, un sonido bajo que salió de su garganta, y me miró como si quisiera que desapareciera, claramente harto de mis comentarios.
El campamento de la manada de los Lobos del viento del norte se extendía como un pequeño asentamiento entre los árboles. Las cabañas de madera, estaban distribuidas en círculo alrededor del edificio principal: la residencia del Alfa.La casa del Alfa no era una cabaña común, era más grande, con varias habitaciones, hecha de piedra y madera oscura, estaba justo al centro del campamento, ligeramente elevada, desde donde se podía vigilar todo. No tenía lujos innecesarios, pero sí el espacio suficiente para reuniones, dormitorios, una oficina privada y una sala donde se tomaban las decisiones importantes de la manada.El resto de las construcciones rodeaban esa estructura central: estaban las cabañas de los guerreros, las de los centinelas, una cocina comunal y una pequeña enfermería improvisada. Al frente de la cabaña del Alfa, es donde estaba la hoguera donde toda la manada se reunía para eventos importantes.Livia había quedado inconsciente después de los cien azotes, al terminar el c
El consejo de ancianos estaba reunido en la gran tienda del alfa anfitrión, Marco y yo permanecíamos en silencio, habíamos sido llamados para observar la decisión que se tomarían, las antorchas iluminaban sus rostros mientras discutían el destino de Livia, lo que había hecho, merecía un castigo firme.—Lo que hizo Livia es inaceptable —dijo uno de ellos, mientras golpeaba la mesa con el puño— intentar envenenar a un beta de una manada aliada es inaceptable, una traición de esa magnitud pudo haber desatado una guerra entre nuestras manadas.Otro anciano alzó la mano para hablar.—Matarla no es la solución, solo nos traería problemas peores —dijo el anciano—. Es la luna del alfa de los Lobos de la Tormenta. Stefano no es un hombre que tolere una acción así, si la ejecutamos, él no lo perdonará, y necesitamos su manada para enfrentar al Alfa Oscuro.El alfa anfitrión frunció el ceño, y apretó la mandíbula, el brillo en sus ojos delataba que estaba furioso por la acción de Livia, sabía
Stefano intentó incorporarse, pero el dolor lo hizo gruñir y caer de nuevo.—¿Un hijo? ¿Con quién? ¿Con Marco? —Por un momento me pareció que estaba celoso, pero no, estaba segura de que tan solo era su ego.Me le quedé viendo, quería gritarle la verdad, decirle que Lykan era suyo, que llevaba su sangre, pero me contuve. No le daría ese poder, no le daría nada.—No te debo explicaciones —dije, con tono frío— tú me traicionaste, Stefano, me humillaste, no tienes derecho a preguntar nada, qué más te da si tuve a mi hijo con Marco, o con otro.Se quedó callado, su respiración era pesada. —Chiara… —dijo, pero lo corté.—No digas mi nombre —siseé— no tienes derecho.Me levanté, dándole la espalda, Lira rugía en mi interior, dividida entre el deseo de proteger a Stefano y el impulso de arrancarle la garganta. —Vuelve a dormir —dije, sin mirarlo— necesitas descansar.Salí de la cueva, me apoyé contra una roca, mis manos temblaban. No podía seguir así, no podía dejar que Stefano me rompiera
El claro se empezó a cubrir con una niebla espesa, los aullidos se escucharon por todos lados, eran gritos de guerra, filosos como colmillos, cargados de muerte. Los lobos enemigos habían cruzado los límites del claro donde los Alfas estábamos reunidos.El Alfa anfitrión, rugió una orden. —¡Defiendan el claro! —Al escucharlo todos nos pusimos en movimiento. Mi loba, Lira, rugía dentro de mí, lista para luchar. Marco intentó seguirme, intentó tomarme por el brazo, pero lo detuve con una mirada.—Tú te quedas —le dije— esto es para los Alfas —la verdad era que no quería arriesgarlo, sabía que él cuidaría a mi hijo si algo me sucedía.Marco gruñó, sus ojos brillaron con la furia de su lobo, pero asintió. Sabía que no podía desobedecerme, al otro lado del claro, vi a Stefano transformarse, sus ojos azules cambiaron, encendiéndose con una furia que conocía demasiado bien, los alfas nos lanzamos al bosque como si la misma luna nos hubiera dado la orden.Los enemigos no eran muchos, pero s
Mi mano temblaba, trataba de controlarla, no debería de suceder aquí, en un territorio que no es mío, rodeada de lobos que esperan verme caer, y no tiembla por miedo, sino de rabia, trato de apretar los dientes para no soltar un rugido.La cena fue una guerra sin sangre, cada palabra, sentía sobre mis hombros el peso de los que esperan que la loba más fuerte se desangre, y no pienso darles el gusto de que suceda.Al final, un lobo joven nos guió hasta nuestra habitación, tendría unos diecisiete años, sus ojos esquivaban los míos, me dio la impresión de que temía que le arrancara la garganta, al llegar ante la puerta se dirigió a mí con una reverencia torpe.—Su habitación, Alfa —dijo.Asentí con un ligero movimiento de cabeza, entré en la habitación, Marco entró detrás de mí, cerré la puerta y apoyé la espalda contra la puerta, mientras dejaba escapar un suspiro, mis músculos estaban tensos y sentía el pecho apretado, como si algo fuera a romperse dentro.La habitación era cómoda, te
Poco después regresamos a la aldea, cada paso que daba era doloroso, me sentía agotada después de dar a luz, en mis brazos, apretado contra mi pecho llevaba a Lykan, mi pequeño milagro, mi cachorro, cubierto con un pedazo de la capa de Marco, Mi tía nos esperaba en la entrada de la aldea, alguien le había avisado lo que había pasado, sus ojos se clavaron en mí, después en Lykan, sin decir una sola palabra me abrazó en cuanto llegué hasta ella.—Tía… —susurré, con la voz quebrada.—Estás viva, Chiara, y él también —dijo, sus manos temblaron al tocar la mejilla de Lykan— Vamos a casa.Nos dirigimos hasta mi cabaña, desde que la amenaza del alfa oscuro nos achaba, nos habíamos instalado en la vieja aldea de la manada, pero nuestro verdadero hogar estaba en lo alto de la montaña, donde todo era diferente, y a donde esperaba llevar a mi hijo en cuanto vencieramos a nuestros enemigos, y para ello teníamos que estar cerca de otras manadas.Una de las curanderas jóvenes me ayudó a limpiarme,
Último capítulo