Aeryn respiraba con calma frente al fuego, sus dedos enredados en una manta que no recordaba haber pedido. La habitación olía a tierra mojada, resina y piel caliente: el hogar. Valzrum y Sareth le habían dado espacio. Solo Shânkar, se mantenía cerca, acurrucado a pocos pasos del lecho. Sus ojos color ceniza no se apartaban de ella.
El silencio era denso. Sagrado.
Pero el cuerpo de Aeryn no estaba en paz.
Primero fue un leve tirón en el bajo vientre. Luego, un cosquilleo en la columna. Y entonces, un oleaje sordo de calor le cruzó el pecho, como si algo dentro de ella reclamara energía de golpe. Como si el fuego lunar que vivía en su sangre despertara… pero no por sí mismo.
Shânkar alzó la cabeza de inmediato. Su pelaje se erizó. Un chillido agudo, apenas audible, escapó de su garganta. Se acercó a ella, olfateando con urgencia, inquieto.
—¿Shânkar…? —alcanzó a murmurar Aeryn, pero el mundo giró antes de terminar la frase.
Sareth cruzó la puerta en ese instante, pero fue Valzrum