Aeryn se mantuvo firme unos segundos más tras su declaración, con la sonrisa intacta en los labios y los ojos fijos en los rostros de aquellos que se habían atrevido a sugerir que una Luna debía esconderse tras las cortinas durante su gestación. Su porte era majestuoso, casi desafiante. Su vientre apenas mostraba cambio alguno, pero su energía llenaba el salón como si fuera una reina consagrada por la propia Luna.
Sin pedir permiso, sin esperar el cierre formal de la sesión, se puso de pie con toda la confianza del mundo. Su túnica ondeó suavemente al moverse, y al girarse, las miradas de los ancianos se clavaron en su espalda como dagas... o como oraciones mudas.
El sonido de sus pasos se alejó por el pasillo principal. Firme. Lento. Soberano.
Por un instante, todo quedó suspendido.
Entonces, como quien no puede contener la ironía, Aldrik soltó una risa baja, casi gutural, sin mirar a nadie en particular.
—Suerte lidiando con el mal genio de una embarazada —comentó, con un