Aeryn aceptó otro trozo de mango con una sonrisa suave, lamiendo el jugo de sus labios. Sus ojos se entrecerraron de placer, y por un instante, Darien pensó que el tiempo se había detenido sólo para contemplarla así: libre, hermosa, viva.
Pero luego… ella suspiró.
Largo. Profundo. Doloroso.
Él lo notó al instante.
—¿Qué pasa? —preguntó con tono bajo, dejando la bandeja a un lado—. ¿Te sientes mal?
Aeryn negó suavemente con la cabeza.
—No es eso… es solo que…
Se tomó un momento, como si buscara las palabras dentro de sí.
—Darien, a veces siento que este fuego que llevo dentro… no es mío. Que me arrastra, me empuja hacia algo que ni siquiera comprendo. El sueño de anoche... esa loba, ese lobo gris… no eran solo visiones. Era un llamado.
Él frunció el ceño, atento, sin interrumpirla.
—Siento que debo irme. Que algo me espera allá afuera. Y al mismo tiempo, estoy aquí… contigo, con nuestro hijo… y tengo miedo.
Su voz se quebró ligeramente, apenas perceptible.
—Mied