Había pasado algunas semanas desde la conversación en la Torre y el festival de la cosecha.
Aeryn se había levantado con más fuerza que nunca.
El color había regresado a sus mejillas, el fuego a su mirada, y su andar por los pasillos volvía a imponer respeto y admiración. La Luna estaba de vuelta. Y la manada lo sabía.
Día tras día, retomó sus funciones. Atendió asuntos internos, caminó entre los suyos, y por momentos, hasta permitió que Darien compartiera el espacio sin tensión. No era una reconciliación completa, pero sí un avance.
Y Aldrik lo notó.
Y actuó.
Era paciente, pero no tonto. Sabía que las grietas se ensanchan con presión en el momento justo. Por eso, esa mañana, llamó a Elaria a su estudio privado.
—Hoy, niña, tendrás tu oportunidad. —Sus ojos brillaban con veneno—. Sé dónde estará Darien. Estará entrenando con su guardia en el claro del mediodía. La Luna ya se mueve sola. Está confiada. Es el momento perfecto.
Elaria no respondió con palabras, solo asintió. Es