Darien no podía postergarlo más.
Desde el incendio, había evitado asistir a las reuniones del consejo, escudándose en la crisis, en la seguridad de la manada, en la recuperación de Aeryn. Pero ahora, no había escapatoria.
Entró en la sala circular con el ceño fruncido, el cabello aún húmedo de su entrenamiento matutino, y los ojos bien abiertos. Aeryn no estaba a su lado esta vez. Y eso lo hacía más vulnerable.
Aldrik sonrió apenas. Como un lobo que huele sangre.
—Empecemos —dijo sin cortesía, alzando la voz—. Como todos saben, la Luna actual rompió su juramento.
El ambiente se tensó al instante.
—Durante el incendio, Aeryn de Lobrenhar uso su poder. Sin control. Sin consentimiento del Alfa. Sin autorización.
—¡Fue para proteger la manada! —replicó uno de los ancianos, golpeando la mesa.
—¡Y casi muere por ello! —añadió otra voz—. ¡Arriesgó su vida… y la del heredero!
Un murmullo recorrió la sala. Algunas miradas se tornaron duras. Otras, preocupadas. Pero ninguna indiferente.
Darien