Los secretos del Sr. Guillier

Los secretos del Sr. GuillierES

Romance
Última actualización: 2025-11-03
sheyla garcia  En proceso
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Resumen
Índice

Dos personas que se conocen en un avión y la tensión se siente entre ellos de inmediato. Ambos con el corazón roto, ambos traicionados y utilizados. Ambos buscando un escape al dolor. ¿Que puede salir mal?

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Capítulo 1

El avión

Horas de ansiedad.

Demasiado tiempo libre para pensar.

Y yo no quiero pensar.

No quiero pensar que estoy soltera otra vez.

Ni en el compromiso roto que me dejó sola y con un anillo que ya no uso.

Un mes. Solo un mes desde que todo se fue al carajo con Chris.

El hombre perfecto, decían.

El trabajo soñado, decían.

Y yo, Alika Pierre, con veintitrés años, pensaba que lo tenía todo: un puesto estable en la productora más importante de Nueva York, mi propio apartamento, sin hijos, sin dramas. Solo mi madre y mi tía, allá en Lanai, Hawái, el único rincón del mundo que todavía me hace sentir en casa.

Lanai…

Una isla pequeña, verde y silenciosa.

Allí el tiempo se mueve lento, como si la vida tuviera otro ritmo.

Las calles huelen a mar, la gente se conoce por el nombre, y el ruido más fuerte que existe es el de las olas.

Crecer en Lanai fue hermoso, pero también asfixiante.

Mi madre y mi tía nunca se fueron. Nunca viajaron, nunca subieron a un avión.

Yo sí.

Y por eso me miraban como si hubiera roto una tradición sagrada.

Pero no me arrepiento. No nací para quedarme atrapada en la misma costa.

Me costó sangre y noches sin dormir llegar hasta aquí, pero lo hice.

Soy la segunda al mando en una empresa dirigida por tiburones, y nadie puede decir que llegué allí acostándome con alguno.

Llegué por mérito, no por favores.

No soy frívola. Solo sé lo que quiero.

Me gusta el sexo, sí.

Pero más me gusta tener el control.

Sé lo que me excita, sé lo que deseo y sé cuándo decir basta.

Mi plan es claro: remodelar la casa de mi madre y construir el hostal con el que he soñado desde la universidad. Lanai está llena de turistas, ¿por qué no convertir mi hogar en algo más?

Ese es mi proyecto antes de cumplir veinticinco.

Ahora estoy aquí, en un avión rumbo a Hawái, sin anillo, sin novio y con demasiadas horas por delante para pensar en lo que perdí.

Chris canceló el compromiso.

Así, sin drama.

Sin lágrimas.

Solo un mensaje: “No quiero seguir fingiendo.”

Yo tampoco.

—Odio los vuelos largos —dice una voz a mi lado, masculina, firme—. Más aún cuando me toca junto a una completa extraña.

Suspiro. Justo lo que necesitaba.

Un hablador con ego de aeropuerto.

—Y aun diciéndome tu nombre, seguirás siendo un completo extraño —respondo sin mirarlo.

—Marcus —se presenta, extendiendo una mano que no pienso estrechar.

—Alika. —Lo digo solo para que se calle.

Ojalá el piloto acelere. Quiero dormir, olvidar, o las dos cosas.

—¿Negocios o placer? —insiste.

—Ninguno. —Busco mis auriculares en la cartera—. Escapar.

—¿Escapar? —su tono se vuelve curioso—. Eso suena interesante.

—No lo es. Todos escapamos de algo. Solo que unos lo hacemos en silencio.

—¿Y tú de qué escapas?

—De los que hacen demasiadas preguntas. —me coloco los auriculares.

Él ríe, bajo, con esa confianza molesta de quien sabe que es guapo.

Y lo es. Lo noto incluso sin mirarlo: voz profunda, acento que no logro ubicar, olor a café y a colonia cara.

—Cuando estoy nervioso, hablo —dice—. Sobre todo si la mujer que tengo al lado parece a punto de desaparecer dentro de sí misma.

—Te ha funcionado antes ese cliché, Marcus?

—A veces. Pero contigo dudo que sirva.

—Correcto. Los auriculares sirven para no hablar durante el vuelo.

—Y para no escuchar lo que podrías querer oír.

—¿Eso crees?

—Eso sé. —sonríe—. A veces, una conversación puede ser mejor que cualquier playlist.

—Y a veces, lo mejor que puedes hacer es quedarte callado —le contesto sin quitarme los audífonos.

Pero hay algo en su tono que me obliga a levantar la vista.

Tiene los ojos más claros que he visto en mi vida.

Verdes, casi plateados bajo la luz tenue del avión.

El tipo no tiene la belleza limpia de los modelos; es más bien de esos hombres que parecen hechos para meterse en problemas.

Y ahora los problemas me miran directo.

—No puedes negar que hay curiosidad, Alika.

—No puedes negar que eres un pendejo.

Su sonrisa se ensancha.

Y por un segundo, se me olvida que estoy rota.

El avión se sacude ligeramente. Afuera, solo oscuridad y cielo.

Me acomodo en el asiento y cierro los ojos.

Un desconocido acaba de hacerme sonreír en medio del desastre.

Y eso, para mí, ya es peligroso.

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