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Aquí tienes el Capítulo 5 de Los secretos del señor Willer, con una extensión de alrededor de 1200 palabras, tono sensual, emocional y elegante —sin caer en lo explícito—, mostrando que la decisión de Alika surge del deseo, pero también de una necesidad profunda de sentirse viva y libre otra vez. Este capítulo cierra el primer arco del encuentro entre ambos y marca un antes y un después en la historia.El reloj del bar marcaba casi las ocho.
Mi madre, seguramente, ya tendría la mesa servida, el vino abierto y las copas alineadas. Y yo, en lugar de ir a casa, estaba sentada frente a un hombre que apenas conocía.Marcus giraba el vaso entre los dedos, observándome con esa calma que empezaba a inquietarme más que su sonrisa.
Había algo en su manera de mirar que no era simple interés. Era estudio. Como si intentara entenderme sin tocarme. Como si esperara que yo diera el primer paso.—No deberías beber más —dijo al fin.
—No deberías seguir mirándome así.Sonrió.
—Te lo digo en serio. —Y yo también.Bebí el último trago. El vodka me ardió en la garganta, pero no me nubló.
Me sentía extrañamente lúcida. Demasiado. Como si cada cosa dentro de mí —el dolor, la rabia, la tristeza— se hubiera transformado en una chispa. Y esa chispa me empujaba hacia él.—¿Qué harás ahora? —preguntó, rompiendo el silencio.
—No lo sé. —Tu madre te espera. —Sí. —Y tu ex también. —Lo sé. —Solté una risa seca—. Suena como el inicio de una mala película.Marcus se inclinó hacia mí, apoyando un codo en la barra.
—Entonces cambia el guion.La frase se quedó flotando entre nosotros, vibrando en el aire cargado de olor a alcohol y madera.
No sé si fue el tono en que lo dijo o el modo en que me miraba, pero algo en mí se desató. Por primera vez en mucho tiempo, quise hacer algo sin pensar en las consecuencias.—¿Qué harías tú? —pregunté.
—¿Si fuera mi vida? —asintió. —Me iría de ahí. De todo. —¿Y a dónde irías? —A donde no me conozcan.Lo miré fijamente.
Él no sonreía. No jugaba. Su voz era honesta. Y eso me desarmó.—Entonces llévame contigo —dije.
Marcus parpadeó, como si no hubiera entendido bien.
—¿Cómo dices? —Llévame contigo. —repetí, más firme esta vez—. No quiero ir a casa. No quiero ver a nadie. Quiero... no pensar.Me observó unos segundos, en silencio.
—No suelo aprovecharme de mujeres borrachas.Esa frase me atravesó como una ráfaga.
No tenía tono de burla, ni de reproche. Solo de respeto.—Después de tres tragos de vodka —respondí, mirándolo a los ojos—, sigo lo bastante consciente como para saber qué estoy decidiendo.
—¿Y qué decides?Tragué saliva.
Mi corazón latía con fuerza, pero mi voz sonó firme. —Que quiero acostarme contigo.Por un momento, no dijo nada.
Su respiración se volvió más lenta, más profunda. Los segundos se alargaron hasta parecer eternos.Marcus dejó el vaso en la barra.
—Alika… —susurró. —No lo pienses. No lo analices. No lo conviertas en algo más. —No quiero que mañana lo lamentes. —Si lo hago, será mi problema. No el tuyo.Nos miramos.
El ruido del bar desapareció. Todo se redujo a su respiración, la mía, y ese silencio denso que solo se da cuando algo está a punto de estallar.—Entonces vámonos. —dijo al fin.
No sé cuánto tardamos en salir.
El aire cálido de la noche hawaiana nos envolvió apenas cruzamos la puerta. El cielo estaba limpio, el olor a sal lo cubría todo. Yo caminaba al lado de un desconocido, sin rumbo claro, pero con una certeza que no había sentido en años.Él no me tomó de la mano.
Solo caminó a mi lado, en silencio, respetando mis pasos. Eso me gustó. Me hacía sentir que seguía teniendo el control, incluso mientras lo perdía todo.El estacionamiento del aeropuerto estaba casi vacío.
Marcus abrió la puerta de un Jeep negro y me miró. —¿Segura? —preguntó. —Nunca lo he estado más.El motor rugió y salimos a la carretera.
Las luces se deslizaban por el parabrisas, iluminando su perfil: la mandíbula tensa, la mirada fija al frente, la mano firme sobre el volante. No hablábamos. No hacía falta.El camino hacia la costa estaba casi desierto.
Solo se oía el mar a lo lejos y el viento colándose por la ventanilla. La luna colgaba alta, blanca, testigo muda de una decisión que ni yo misma terminaba de entender.Marcus detuvo el auto en un mirador junto a la playa.
El sonido de las olas golpeando las rocas llenó el silencio. Apagó el motor y se giró hacia mí.—Aún puedes decir que no.
—¿Y si digo que sí? —Entonces me vuelves loco.Sonreí apenas.
Me quité los zapatos y salí del auto. El aire marino me despeinó el cabello. El agua relucía bajo la luna, tranquila, como si todo estuviera bien.Caminé hacia la orilla.
Podía sentirlo detrás de mí. No hizo ruido. Solo esperó.—¿Por qué yo? —pregunté, sin girarme.
—Porque desde que te vi, supe que estabas intentando escapar de algo. —Y tú eres mi escapatoria. —Solo si tú quieres.Me giré.
Él estaba ahí, a pocos pasos, las manos en los bolsillos, la camisa pegada al cuerpo por la brisa húmeda. Su mirada me atrapó sin esfuerzo. Y en ese momento entendí que no había vuelta atrás.—No quiero pensar. —dije.
—Entonces no pienses.Se acercó despacio.
Su mano rozó mi mejilla, apenas un toque. No fue un beso robado ni una invasión. Fue una pregunta. Y yo respondí acercándome.Su boca encontró la mía con una suavidad que me sorprendió.
No fue el beso urgente que había imaginado, sino algo más profundo, más lento. Un reconocimiento. Un “aquí estamos” sin palabras.El tiempo se detuvo.
El mundo entero se redujo al sonido del mar y al calor de su piel. Sus dedos se enredaron en mi cabello; los míos se aferraron a su camisa. No era sexo lo que buscaba, aunque el deseo ardía. Era olvido. Era sentir, aunque fuera por una noche, que seguía viva.Cuando nos separamos, mi respiración temblaba.
Él apoyó su frente contra la mía. —No voy a hacer nada que no quieras. —Ya te lo dije, Marcus. —susurré—. Esto lo quiero.El resto fue silencio.
La luna sobre nosotros. Las olas golpeando. Dos almas que no se debían nada y, sin embargo, se encontraron.Cuando el amanecer comenzó a colorear el horizonte, todavía no habíamos dormido.
No había palabras. Solo miradas y respiraciones entrecortadas.Yo sabía que la realidad me esperaría cuando saliera el sol.
Que mi madre haría preguntas. Que Chris aparecería con su sonrisa falsa y su traje caro. Pero por ahora… no me importaba.Porque por primera vez en mucho tiempo, había hecho algo solo por mí.
Algo que no tenía lógica, ni explicación. Algo que simplemente quería.Y al mirarlo, con la luz del alba cayendo sobre su rostro, supe que esa noche no había sido un error.
Había sido un comienzo.






