David estaba de pie, junto al marco de la ventana, mirando hacia el jardín sin realmente verlo, la noticia de su padre seguía repitiéndose y haciéndose más grande en todos los canales, en cada portal de noticias, en los teléfonos y televisores del país.
El apellido Banks ya no representaba poder, sino vergüenza pública.
Mari se acercó en silencio, con el rostro serio y pensativa, la expresión de David se reflejaba sobre el cristal de la ventana, tan quieta y tensa, había algo en su semblante que la inquietaba.
— ¿No has dormido nada? — Preguntó Mari, con voz suave.
— Un poco… — Respondió él, simulando una sonrisa.
Mari suspiró y se acercó unos pasos más, hasta quedar frente a David, ella notó sus ojos ojerosos luchando contra el cansancio.
— David… — Susurró Mari, deslizando una mano suavemente por la mejilla de él. — Sé que estás mal, es tu padre después de todo… No tienes por qué fingir que estás bien, te entenderé…
— No es eso, Mari, no me duele haberlo perdido a él… — Alegó