Los niños estaban inquietos desde temprano, no peleaban ni gritaban; solo daban vueltas por la sala con los juguetes en la mano, mirando a Mari cada tanto como si no supieran qué preguntar, cuando, al poco tiempo, llegó la terapeuta infantil.
— Quiero verlos juntos un momento y luego por separado… — Explicó la mujer, amable pero firme.
Mari asintió, ella se quedó en la sala de espera, escuchando las risas nerviosas de los niños y algunos murmullos.
Mari apretó las manos en su regazo, nerviosa, la audiencia de Daniel había pasado, pero el daño ya estaba hecho, lamentablemente Daniel no había medido las consecuencias ni el daño que podía dejar en esos pequeños, sin darse cuenta.
David llegó con dos cafés, Mari tomó un sorbo largo, intentando relajarse.
— ¿Sabes qué me cuesta más? — Soltó Mari, en voz baja, mientras miraba el vaso en sus manos, pensativa. — Que, aunque Daniel esté pagando, las heridas que deja no desaparecen tan rápido.
— Ningún error se borra en un día. — David se