El primer sonido que Mari escuchó al despertar, fue la respiración tranquila de sus hijos, ella abrió los ojos despacio, la habitación estaba tenuemente oscura, las cortinas apenas entre abiertas dejaban pasar una línea de luz suave.
Dante estaba pegado a su costado derecho, enredado a su brazo, y Mario dormía casi encima de ella del lado izquierdo, con la boca entreabierta y el entrecejo ligeramente arrugado, como si aún estuviera afectado con las noticias sobre su padre del día anterior.
Del otro lado de la amplia cama, en una puntita, estaba David, él seguía ahí, acostado boca arriba, con un brazo doblado bajo la cabeza y el otro por fuera de la manta.
“Se quedó toda la noche.” Sopesó Mari, viéndolo ahí, todavía vestido con la misma camiseta, medio recostado en la punta de la cama, en una posición bastante incómoda.
Aunque David podía haber dormido cómodo en una de las habitaciones de invitados, él había escogido quedarse con ellos y eso le hizo sentir a Mari una profunda sens