Sobre el escritorio de la oficina de presidencia, los documentos estaban desordenados, algunos con manchas de café y otros arrugados.
Daniel caminaba de un lado para otro, sin quitarse la chaqueta de su traje, ni aflojar el nudo de la corbata, a pesar de la presión en su pecho, su respiración era irregular, llena de un odio que le quemaba por dentro.
Desde la pantalla del televisor, la imagen de una subasta, la empresa de su padre ya en quiebra por la bajada dramática de las acciones, estaba siendo rematada para pagar los impuestos y sanciones por los daños legales causados y los delitos.
La imagen parecía una burla para Daniel, su dinero, su herencia, su colchón se había derrumbado, todo lo que había construido, todo lo que creía tener asegurado, se desmoronaba ante sus ojos.
Y lo peor era que el apellido Banks, se había convertido en sinónimo de corrupción y vergüenza pública.
— Mari… — Mascullo Daniel con los dientes apretados.
Él recordó justo el momento en qué vio a su esp