El jardín de invierno estaba sumido en un murmullo inquieto. Cientos de invitados, vestidos con sus mejores galas, se abanicaban con los programas de la boda, mirando sus relojes discretamente.
La orquesta de cuerdas había dejado de tocar hacía diez minutos, dejando un silencio incómodo que se mezclaba con el sonido de la lluvia golpeando el techo de cristal.
El altar, un arco de rosas blancas y orquídeas, permanecía vacío.
Brendan estaba de pie en la última fila, cerca de las puertas que conectaban con el vestíbulo principal. Su cuerpo estaba rígido, sus sentidos en alerta máxima. Había visto al jefe de seguridad subir las escaleras. Había visto a las doncellas cuchichear. Algo estaba mal. El aire olía a desastre.
De repente, las puertas dobles del vestíbulo se abrieron.
El murmullo cesó. Todas las cabezas se giraron, esperando ver a la novia radiante.
Pero no era Chloe quien caminaba hacia el altar.
Era Thomas.
Caminaba solo, con paso lento y una expresión de gravedad ensayada pint