La profunda oscuridad del cielo nocturno envolvía la cima de aquél edificio. La tensión en el aire era una danza silenciosa que parecía estar por llegar a su clímax.Mathilde no supo en qué momento, presa de los nervios, había terminado en aquél lugar. Solo buscaba huir y terminó viéndose acorralada por unos matones de aspecto intimidante.—El señor Davenport ya sabe quién eres, Mathilde —habló uno de ellos—. Abandona la resistencia y pon las cosas fáciles. De otro modo, nos veremos obligados a hacerlo por las malas.La oscuridad en su mirada y la amenaza latente en sus palabras hizo que Mathilde tragara con dureza, sintiendo un nudo en la garganta.—Eres rebelde pero tienes buen cuerpo —mencionó con un tono lascivo, oscuro—. ¿Qué tal si nos sirves antes de morir? Será una buena acción, ¿no?Mathilde retrocedió, y el tacón de su zapato derecho se enganchó en una grieta, vió como las piedras caían rodando hacia abajo. Estaba al borde de la azotea. Treinta pisos más abajo, el tráfico se
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